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21 de agosto de 2015

El Mundo no Puede Esperar moviliza a las personas que viven en Estados Unidos a repudiar y parar la guerra contra el mundo y también la represión y la tortura llevadas a cabo por el gobierno estadounidense. Actuamos, sin importar el partido político que esté en el poder, para denunciar los crímenes de nuestro gobierno, sean los crímenes de guerra o la sistemática encarcelación en masas, y para anteponer la humanidad y el planeta.



Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


Invitación a traducir al español
(Nuevo)
03-15-11

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¡NO SOMOS TUS SOLDADOS!


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LECTURA

Un día en el paraíso, el siguiente en el infierno

Extracto del primer capítulo de 'Diario de Guantánamo', las primeras memorias escritas por una persona recluida en este campo de detención

MOHAMEDOU OULD SLAHI
ctxt.es
9 de abril de 2016

<p>Dos integrantes de la policía militar del Ejercito de Estados Unidos trasladan a un detenido en Guantánamo el 11 de enero de 2002.</p>

Dos integrantes de la policía militar del Ejercito de Estados Unidos trasladan a un detenido en Guantánamo el 11 de enero de 2002.
GOBIERNO FEDERAL DE ESTADOS UNIDOS

UNO
Jordania – Afganistán – Centro de Detención de Guantánamo

Julio 2002 – febrero 2003
El equipo de americanos queda al mando… Llegada a Bagram… De Bagram al Centro de Detención de Guantánamo… El nuevo hogar… Un día en el paraíso, el siguiente en el infierno

■, julio■, 2002, 10 de la noche [1].

La música estaba apagada. Las conversaciones de los guardas se desvanecían en el aire. La camioneta estaba atestada.

Me sentí solo en la camioneta fúnebre.

La espera no duró mucho: sentí la presencia de gente nueva, un grupo silencioso. No recuerdo ni una palabra de todo lo que vino a continuación.

Una persona estaba quitando las cadenas de mis muñecas. Primero una mano, otro tipo agarraba esa mano y la doblaba mientras una tercera persona iba poniéndome nuevos grilletes más firmes y más pesados. Ahora tenía las manos esposadas delante de mí.

Alguien empezó a desgarrar mi ropa con algo parecido a unas tijeras. Me sentía como ¿qué demonios está pasando? Empecé a preocuparme por el viaje que ni quería hacer ni había iniciado. Otra persona lo decidía todo por mí; excepto tomar decisiones tenía todos los problemas del mundo. Muchos pensamientos pasaban fugazmente por mi cabeza. Los pensamientos optimistas proponían: "Quizá estás en manos de los americanos, pero no te preocupes, sólo quieren llevarte a casa y cerciorarse de que todo se hace en secreto". Los pesimistas decían: "¡Estás jodido! Los americanos tratan de echarte la culpa de alguna jodienda, te llevan a las cárceles de EE.UU. para el resto de tu vida".

Me desnudaron. Fue humillante, pero el vendaje en los ojos me libró de la desagradable visión de mi cuerpo desnudo. Durante todo el proceso, el único rezo que podía recordar era la oración de la crisis, ¡Ya hayyu! ¡Ya kayyum! La estuve murmurando todo el tiempo. Siempre que me he encontrado en una situación similar, podría olvidar todas las oraciones excepto la oración de la crisis, que aprendí de la vida de nuestro profeta, ¡que la paz sea con él!

Uno de ellos me puso un pañal alrededor de mis partes íntimas. Sólo entonces estuve totalmente seguro de que el vuelo se dirigía a los Estados Unidos. Entonces empecé a convencerme a mí mismo: "Todo va a salir bien". Mi única preocupación era que mi familia me viera en televisión en una situación tan degradante. Estaba tan flaco. Siempre lo he sido pero nunca tanto: mi ropa de calle me quedaba tan amplia que parecía como un saco.

Cuando el equipo de americanos terminó de ponerme las ropas que habían traído para mí, un tipo me quitó la venda por un momento. No pude ver mucho porque apuntó con una linterna hacia mis ojos. Estaba envuelto de la cabeza a los pies en un uniforme negro. Abrió la boca y sacó la lengua, gesticulando para que yo hiciera lo mismo, una especia de prueba de AAAH que hice sin resistencia. Vi parte de su pálido brazo de vello rubio, lo que daba consistencia a mi teoría de estar en las manos del Tío Sam.

Me retiraron el vendaje. En todo momento escuchaba el ruidoso sonido de los motores; estoy casi seguro de que algunos aviones despegaban mientras otros aterrizaban. Sentí cómo mi avión "especial" se aproximaba, o la camioneta se aproximaba al avión, no recuerdo más. Pero sí que recuerdo cuando un escolta me sacó de la camioneta; no había espacio entre la camioneta y las escaleras del avión. Estaba tan exhausto, enfermo y cansado que no podía caminar, lo que forzó al escolta a empujarme escaleras arriba como un cuerpo sin vida.

Dentro del avión hacía mucho frío. Me tumbaron en un sofá y los guardas me encadenaron, muy probablemente al suelo. Sentí cómo me ponían una manta encima, que aunque era muy fina, me reconfortó.

Me relajé y me dejé llevar por mis sueños. Pensé en diferentes miembros de mi familia que no volvería a ver. ¡Qué triste sería! Estaba llorando en silencio y sin lágrimas; por alguna razón derramé todas mis lágrimas al principio de la expedición, que fue como el límite entre la vida y la muerte. Deseé ser mejor con los demás. Deseé ser mejor con mi familia. Lamenté todos los errores cometidos en mi vida, ante Dios, ante mi familia, ¡ante cualquier persona!

Pensaba en la vida y las prisiones americanas. Pensaba en los documentales que había visto sobre sus cárceles y la dureza con la que tratan a sus prisioneros. Deseaba ser ciego o tener algún tipo de discapacidad para que me llevaran a una celda de aislamiento y me dieran un trato humano y protección. Pensaba: ¿cómo sería la primera vista con el juez? ¿Tengo alguna oportunidad de tener un proceso adecuado en un país tan lleno de odio hacia los musulmanes? ¿Estoy condenado incluso antes de tener la opción de defenderme a mí mismo?

Me sumergí en estos dolorosos sueños bajo la calidez de la manta. De vez en cuando me punzaba el dolor de las ganas de orinar. El pañal no funcionaba conmigo: no lograba convencer a mi cerebro para darle la señal a la vejiga. Cuánto más lo intentaba más se obcecaba mi cerebro. El guardia junto a mí seguía vertiendo tazas de agua embotellada en mi boca, lo que empeoraba mi situación. No había otra; o tragas o te ahogas. Estar sobre un costado me estaba matando, pero cualquier intento de cambiar de posición terminaba en fracaso, porque una mano fuerte me empujaba hacia la misma posición.

Podría asegurar que iba en un avión grande, lo que me llevó a pensar que el vuelo iba directo a los Estados Unidos. Pero después de unas cinco horas, el vuelo empezó a perder altitud y suavemente rodó sobre la pista de aterrizaje. Me di cuenta de que los Estados Unidos están algo más lejos que eso. ¿Dónde estamos? ¿En Ramstein, Alemania? ¡Sí! Eso es Ramstein, en Ramstein hay un aeropuerto militar estadounidense para los vuelos en tránsito de Oriente Medio; vamos a parar aquí a repostar. Pero tan pronto como el avión tomó tierra, los guardas se pusieron a cambiar las cadenas metálicas por otras de plástico que me cortaban los tobillos dolorosamente en el corto trayecto hacia un helicóptero. Uno de los guardias, mientras me sacaba del avión, me palmeó en el hombro como diciendo: «Vas a estar bien». En medio de la agonía en que me encontraba, este gesto me dio esperanzas de encontrar aún algunos seres humanos entre las personas que estaban encargándose de mí.

Al rozarme el sol, la pregunta me asaltó de nuevo: ¿dónde estoy? Sí, eso es, en Alemania: era julio y el sol sale pronto. Pero ¿por qué Alemania? ¡No había cometido crímenes en Alemania! ¿En qué mierda me habían metido? Y aun así, el sistema legal alemán era una mejor opción con diferencia; conozco los procedimientos y hablo el idioma. Aún más, el sistema alemán es, en cierto modo, transparente y no hay sentencias de doscientos o trescientos años. No tenía mucho que temer: un juez alemán me verá y me mostrará lo que quiera que el Gobierno ha lanzado contra mí, y después se me enviará a una prisión temporal hasta que se decida mi caso. No se me someterá a tortura y no tendré que ver los rostros diabólicos de los interrogadores.

Después de diez minutos, el helicóptero aterrizó y me llevaron a una camioneta, con un guardia en cada lado. El conductor y el copiloto hablaban en una lengua que no había escuchado nunca. Me dije: "Qué diantre están hablando, ¿Filipino, a lo mejor?". Pensé en las Filipinas porque estoy enterado de la amplia presencia del Ejército norteamericano allí. Oh, sí, son las Filipinas: ellos conspiraban con los Estados Unidos y me echaban mierda encima. ¿Qué me preguntaría su juez? Por entonces, tan sólo quería llegar y mear, y después de aquello que hiciesen lo que les pareciese. ¡Por favor, lleguemos ya! ¡Después de eso matadme si queréis!

Los guardias me sacaron de la camioneta cinco minutos después y pareció que me colocaban en una sala. Me obligaron a arrodillarme e inclinar la cabeza: tuve que permanecer en esa posición hasta que me agarraron. Gritaban: «No te muevas». Antes de preocuparme por nada más, oriné de la manera más impresionante desde que vine al mundo. Fue tal el alivio; sentí que me liberaban y me enviaban de vuelta a casa. De pronto, mis preocupaciones se esfumaron y sonreí por dentro. Nadie se dio cuenta de lo que hice.

Sobre un cuarto de hora más tarde, algunos guardias tiraron de mí y me arrastraron a una habitación en la que evidentemente habían "procesado" a muchos detenidos. Una vez que entré en la habitación, me quitaron el capuchón. Oh, las orejas me dolían horrores, y también la cabeza; de hecho todo mi cuerpo conspiraba en mi contra. Apenas podía tenerme en pie. Los guardias empezaron a despojarme de las prendas, y pronto estuve allí de pie como mi madre me trajo al mundo. Estaba allí por primera vez delante de soldados americanos, no en la televisión; esto era real. Reaccioné de la manera más común, cubriendo mis partes íntimas con mis manos. También con calma empecé a recitar despacio la oración de la crisis, ¡Ya hayyu! ¡Ya kayyum! Nadie me hizo parar de rezar; sin embargo, uno de los policías militares me estaba mirando fijamente con ojos llenos de odio. Más tarde me ordenaría dejar de mirar alrededor de la habitación.

Un ■ médico me hizo una revisión rápida, después de la cual se me cubrió con ropas Afghani. ¡Sí, ropas Afghani en las Filipinas! Por supuesto estaba encadenado, las manos y los pies atados a la cintura. Es más, tenía las manos metidas en manoplas. ¡Listo para la acción! ¿Qué acción? ¡Ni idea!

El grupo de escolta me llevó vendado a una habitación vecina para el interrogatorio. En cuanto entré en la habitación, varias personas empezaron a chillar y a tirar cosas pesadas contra la pared. Entre el tumulto pude distinguir estas preguntas:

—¿Dónde está el mulá Omar?

—¿Dónde está Osama Bin Laden?

—¿Dónde está Jalalu din Hakani?

Un rápido análisis pasó por mi cabeza: los individuos mencionados en esas preguntas estaban gobernando un país, ¡y ahora son una panda de fugitivos! Los interrogadores se olvidaron de un par de cosas. Primero, me acababan de informar de las últimas noticias: Afganistán está siendo ocupada, pero no se ha capturado a las personas de alto nivel. Segundo, me entregué más a menos cuando empezaba la lucha contra el terrorismo y desde entonces había estado en una cárcel jordana, literalmente apartado del mundo. Por lo tanto, ¿cómo esperaban que supiera que EE.UU. ocupaba Afganistán, abandonada a su suerte una vez sus líderes habían huido? Como para saber dónde estaban ahora.

Humildemente respondí:

—No lo sé.

—¡Eres un mentiroso! —me chilló uno de ellos en un árabe entrecortado.

—No, no estoy mintiendo, me capturaron y todo eso, y sólo conozco a Abu Hafs… —dije, en un rápido resumen de toda mi historia [2].

—Deberíamos interrogar a estos hijos de puta como hacen los israelíes.

—¿Qué hacen? —preguntó otro.

—¡Los desnudan y los interrogan!

—Tal vez deberíamos hacerlo —propuso otro. Todavía había sillas volando alrededor y golpeando las paredes y el suelo. Yo sabía que se trataba solamente de una demostración de fuerza y el establecimiento del miedo y la ansiedad. Me dejé llevar e incluso me sacudí más de lo necesario. No podía creer que los americanos torturasen, incluso habiéndolo considerado una posibilidad remota.

—Te interrogaré después —dijo uno, y el intérprete americano repitió lo mismo en árabe.

—Llévale al hotel —dijo el interrogador. Esta vez el intérprete no tradujo.

Así fue el primer interrogatorio. Antes de que me cogiera el escolta, muerto de miedo, intenté conectar con el intérprete.

—¿Dónde aprendiste un árabe tan bueno? —le pregunté.

—¡En Norteamérica! —respondió, halagado. En realidad, no hablaba bien el árabe; sólo estaba tratando de hacer amigos.

El grupo de escoltas me sacó de allí. "Hablas inglés", dijo uno de ellos con un fuerte acento asiático.

"Un poco", respondí. Se rió, así como su compañero. Me sentí como un ser humano llevando una conversación informal. Me dije: "Fíjate qué amables son los americanos; te van a llevar a un hotel, te van a interrogar un par de días y después a casa sin mayor incidente. No hay por qué preocuparse. Los americanos sólo quieren comprobarlo todo y, puesto que eres inocente, eso es lo que van a averiguar. Por el amor de dios, estás en una base en Filipinas; aunque sea un lugar al borde de la legalidad, sólo es temporal". El hecho de que uno de los guardias sonase asiático reforzó mi teoría errónea de estar en las Filipinas.

Pronto llegué, no a un hotel, sino a una celda de madera sin baño o lavabo. A juzgar por el modesto mobiliario —un fino y avejentado colchón y una vieja manta—, podría decirse que había estado alguien allí. En cierta manera, me sentía feliz por haber dejado Jordania, el lugar del desorden, pero estaba preocupado por no haber podido rezar y quería saber cuántos rezos me había saltado durante el viaje. El guardia de la celda era un ■ blanco, pequeño, escuálido, hecho que me tranquilizó; durante los últimos ocho meses solamente había estado a cargo de hombres grandes y musculosos [3].

Le pregunté a ■ por la hora y ■ me dijo que eran sobre las once, si recuerdo bien. Tenía una pregunta más.

—¿Qué día es hoy?

—No sé, aquí todos los días son lo mismo ■ —respondió. Me di cuenta de que había preguntado demasiado; se suponía que ■ no debía decirme ni la hora, como sabría más tarde.

Encontré un Corán cuidadosamente colocado sobre unas botellas de agua. Me di cuenta de que no estaba solo en la cárcel, que definitivamente no era un hotel.

Resultó que se me había transportado a una celda equivocada. De pronto, vi el pie curtido de un detenido cuyo rostro no podía ver porque estaba cubierto con una bolsa negra. Pronto aprendería que las bolsas negras se ponían sobre las cabezas para vendar los ojos y que no fueran reconocibles, incluyendo al que escribe. Sinceramente, no quería ver la cara del detenido, no fuera a ser que estuviera dolorido o sufriendo, porque odio ver a la gente sufrir; me enloquece. Nunca olvidaré los gemidos y los lamentos de los pobres detenidos en Jordania cuando estaban sufriendo tortura. Recuerdo tener que taparme las orejas con las manos para no oír más gritos pero, por más que lo intentaba, todavía podría oír el sufrimiento. Era horrible, incluso peor que la tortura.

El guardia ■ junto a mi puerta detuvo al grupo de escoltas y organizó mi tránsito hacia otra celda. Era igual a la celda en la que acababa de estar, pero en la pared de enfrente. En la habitación había una botella de agua medio llena, cuya etiqueta estaba escrita en ruso; ojalá hubiera sabido ruso. Me dije a mí mismo: ¿una base americana en las Filipinas, con botellas de agua de Rusia? EE.UU. no necesita suministro de Rusia y, además, geográficamente no tiene sentido. ¿Dónde estoy? ¿Tal vez en una antigua república rusa, como Tayikistán? ¡No había manera de averiguar!

Mohamedou Ould Slahi.

Mohamedou Ould Slahi.

La celda no estaba equipada para poder resolver las necesidades naturales. Era imposible lavarse para la oración y, además, estaba prohibido. No tenía ni idea de cuál era la quibla o dirección a la Meca.  Hice lo que pude. El vecino de al lado tenía problemas mentales; gritaba en una lengua con la que no estaba familiarizado. Más tarde me enteré de que era un líder talibán.

Más adelante ese día, 20 de julio de 2002, los guardias me sacaron para las labores oficiales rutinarias: huellas, altura, peso, etcétera. Me ofrecieron a ■ como intérprete. Obviamente, el árabe no era la lengua materna de ■. ■ me enseñó las normas: no hablar, no rezar en voz alta, no lavarse para la oración y otros cuantos no es en el mismo sentido [4].  El guardia me preguntó si quería usar el baño. Pensé que se refería a un lugar en el que poder darme una ducha. "Sí", dije. El baño era un barril lleno de desperdicios humanos. Era el baño más asqueroso que había visto nunca. Los guardias tenían que vigilarte mientras hacías tus cosas. No podía comer la comida —la comida en Jordania era mejor, con diferencia, que las frías raciones militares que me daban en Bagram—, así que realmente no necesitaba usar el baño. Para orinar usaría las botellas de agua vacías que tenía en mi habitación. La situación en lo referente a la higiene no era precisamente perfecta; alguna vez cuando la botella se llenaba, seguía haciéndolo en el suelo, asegurándome de que no llegase hasta la puerta.

Durante las siguientes noches de aislamiento, tuve un guardia muy divertido que estaba intentando convertirme al cristianismo. Disfrutaba de las conversaciones, aunque mi inglés era muy básico. Mi compañero de conversación era joven, religioso y vital. Le gustaba Bush ("el verdadero líder religioso", según su opinión); detestaba a Bill Clinton ("el infiel"). Amaba el dólar y odiaba el euro. Llevaba siempre encima una copia de la Biblia y cada vez que tenía la oportunidad me leía historias, muchas de las cuales eran del Antiguo Testamento. No las habría podido entender de no ser porque había leído la Biblia en árabe varias veces, sin olvidar que las versiones de esas historias no están tan lejos de las que están en el Corán.

No intenté discutir con él: estaba encantado de tener a alguien con quien hablar. Los dos estábamos totalmente de acuerdo en que las escrituras religiosas, incluyendo el Corán, debían de haber venido de la misma fuente. Resultó ser que el conocimiento que el temperamental soldado tenía de su religión era muy superficial. De todos modos, me divertí teniéndole de guardia. Me cedía más tiempo en el baño e, incluso, miraba para otro lado cuando utilizaba el barril.

Le pregunté por mi situación. "No eres un criminal, porque a los criminales los ponen en el otro lado", me dijo, gesticulando con las manos. Pensé en aquellos "criminales" y me figuré un puñado de jóvenes musulmanes y en lo dura que debía de ser su situación. Me sentí mal. Más tarde acabé por ser trasladado a aquellas celdas de "criminales" y me convertí en un "criminal de alta prioridad". De algún modo, me sentí avergonzado cuando el mismo guardia me vio más tarde con los "criminales", después de que me había dicho que me iban a liberar como mucho en tres días. Actuó con normalidad, pero allí no tenía mucha libertad para hablarme sobre religión porque había numerosos compañeros. Otros detenidos me dijeron que tampoco era malo con ellos.

***

La segunda o tercera noche ■ me arrastró fuera de la celda y me llevó a un interrogatorio, donde el mismo ■ árabe ya había tomado asiento. ■ ■ ■ ■ ■. Se diría que era el hombre adecuado para el trabajo; era el tipo de hombre al que no importaba hacer el trabajo sucio. Los detenidos en Bagram le llamaban ■; supuestamente era responsable de torturar incluso a individuos inocentes que el Gobierno liberó [5].

No hacía falta que ■ me esposara porque yo estaba encadenado las 24 horas del día. Dormía, comía, usaba el baño estando completamente engrilletado, de pies y manos. ■ abrió un archivo ■ y empezó a través del intérprete. ■ me hacía preguntas generales sobre mi vida y mi origen. Cuando me preguntó: "¿Qué idiomas hablas?", no me creía. Se reía con el intérprete, diciendo: "Ajá, ¿hablas alemán? Espera, vamos a comprobarlo".

De repente ■ ■ ■ la habitación ■ ■ ■. No había confusión posible, él estaba ■ ■ ■ ■ ■ ■ ■ ■ ■ ■ ■ ■. [6]

"Ja Wohl", contesté. ■ no era ■ pero su alemán era bastante aceptable, teniendo en cuenta que estuvo ■ ■ ■ ■ ■ ■ ■ ■ ■ ■ ■. Le confirmó a su compañero que mi alemán era ■.

Ambos me miraron con respeto después de aquello, aunque ese respeto no era suficiente para librarme de su ■ ira.

■, "Wharheit macht frei, la verdad te hace libre".

Cuando les oí decir aquello, supe que la verdad no me haría libre, porque arbeitno liberó a los judíos. La máquina propagandística de Hitler solía tentar a los judíos con el eslogan Arbeit macht frei, "el trabajo te hace libre", pero el trabajo no liberó a nadie.

■ tomó notas en su pequeño cuaderno y abandonó la habitación. ■ me envió de vuelta a mi cuarto y se disculpó por ■ [7].

—Siento tenerte levantado hasta tan tarde.

—¡No hay problema! ■ —contestó.

Después de varios días de aislamiento se me trasladó con la población reclusa general, pero sólo pude verlos, porque me pusieron en un estrecho pasillo de alambrada de espino entre las celdas. Me sentía fuera de la cárcel y gritaba y le daba gracias a Dios. Después de ocho meses de aislamiento total, vi a otros compañeros detenidos más o menos en mi situación. Detenidos "malos" como yo, que estaban encadenados 24 horas al día y puestos en el pasillo, donde todo guardia o detenido les pisoteaba al pasar. El lugar era tan estrecho que la alambrada de espino estuvo pinchándome los diez días. Vi ■ le alimentaban forzosamente; estaba en huelga de hambre de cuarenta y cinco días. Los guardias le chillaban y él devolvía un trozo de pan seco entre las manos. Todos los detenidos parecían bastante deteriorados, como si se les hubiera quemado y hubieran resucitado después de varios días, pero ■ era una historia completamente diferente: era todo huesos sin carne. Me recordaba a las imágenes que se ven en los documentales sobre los prisioneros de la Segunda Guerra Mundial.

A los detenidos no se les permitía hablar entre ellos, pero nos entreteníamos mirándonos unos a otros. El castigo por hablarse era colgar al detenido de las manos, con los pies apenas tocando el suelo. Vi a un detenido afgano que se desmayó un par de veces estando colgado de las manos. Los médicos le "repararon" y le volvieron a colgar. Otros detenidos tenían más suerte: se les colgaba por un cierto tiempo y después se les soltaba. Muchos detenidos trataban de hablar mientras estaban colgados, lo que hacía que los guardias redoblaran el castigo. Había un compañero afgano muy mayor que supuestamente fue arrestado para conseguir a cambio a su hijo. El tipo tenía problemas de salud mental, no podía parar de hablar porque no sabía dónde estaba, ni por qué. No creo que entendiese lo que pasaba alrededor, pero los guardias seguían colgándole diligentemente. Era tan lastimoso. Un día uno de los guardias le zarandeó la cara, y lloró como un bebé.

Nos tenían en seis o siete celdas de alambrada de espino con el nombre de operaciones llevadas a cabo contra los EE.UU.: Nairobi, U.S.S. Cole, Dar es-Salman, y así sucesivamente. En todas las celdas había un detenido llamado Inglés que, benévolamente, nos hacía de intérprete para traducir las órdenes a sus compañeros. Nuestro inglés era un caballero de Sudán llamado ■. Tenía un inglés muy básico, por lo que me preguntaba en secreto si yo hablaba inglés. "No', le respondía, pero al final resultó que yo era un Shakespeare comparado con él. Mis hermanos pensaron que estaba evitando ayudarles, pero yo, simplemente, no sabía lo mal que estaba la situación.

Ahora me encontraba en frente de un montón de ciudadanos americanos muertos. Mi primera impresión, cuando les vi mascando sin descanso, fue: "Qué les pasa a estos tíos, ¿tienen que comer tanto?". La mayoría de los guardias eran altos y tenían sobrepeso. Algunos eran amables y otros muy hostiles. Cada vez que detectaba que un guardia era desagradable fingía no entender inglés. Recuerdo un vaquero que vino hacia mí con el ceño fruncido:

—¿Hablas inglés? —preguntó.

—No inglés —contesté.

—No nos gusta que hables inglés. Queremos que mueras lentamente —dijo.

—No inglés —volví a responder. No quería darle la satisfacción de ver que me había llegado su mensaje. Las personas con odio en su interior tienen siempre algo que recriminar, pero yo no estaba preparado para soportar eso.

Rezar en grupo no estaba permitido. Todos rezábamos a solas, y así lo hacía yo. Los detenidos no teníamos ni idea sobre la hora de la oración. Nos imitábamos simplemente; cuando un detenido empezaba a rezar, suponíamos que era la hora de la oración. Había un Corán disponible para los detenidos que lo pidieran. No recuerdo haberlo pedido, porque los guardias lo entregaban sin respeto; cuando pasaban el libro sagrado se lo arrojaban unos a otros como una botella. No quería dar motivo para humillar la palabra de Dios. Además, gracias a Dios, conozco el Corán de corazón. Según recuerdo, uno de los detenidos me pasó clandestinamente una copia que nadie estaba usando en la celda.

Tras un par de días, ■ me llevó para interrogarme. ■ hizo de intérprete.

—Cuéntame tu historia ■ —pidió.

—Mi nombre es, me gradué en 1988, obtuve una beca en Alemania… —respondí dando pocos detalles, ninguno de los cuales pareció interesar o impresionar a ■. Se cansó y empezó a bostezar. Sabía exactamente lo que quería oír pero no podía hacer nada por él.

Me interrumpió.

—Mi país valora extremadamente la verdad. Ahora te voy a hacer algunas preguntas y si me respondes con honestidad, vas a ser liberado y enviado con tu familia sano y salvo. Pero si no lo haces, vas a seguir preso indefinidamente. Una breve nota en mi agenda es suficiente para destruir tu vida. ¿De qué organización terrorista formas parte?

—De ninguna —repliqué.

—No eres un hombre y no mereces respeto. Arrodíllate, cruza tus manos y ponlas detrás del cuello.

Le obedecí y colocó una bolsa sobre mi cabeza. Al final me dolía terriblemente la espalda y aquella postura era muy dolorosa; ■ me afectaba a mi problema con la ciática [8]. ■ trajo dos proyectores y los ajustó a mi cara. No podía ver pero el calor me agobiaba y empecé a sudar.

—Te vamos a enviar a unas instalaciones americanas donde vas a pasar el resto de tu vida —me amenazó—. No volverás a ver a tu familia. A tu familia la j**erá otro hombre. En las cárceles americanas, a los terroristas como tú los violan varios hombres a la vez. Los guardias en mi país hacen muy bien su trabajo pero es inevitable la violación. Ahora, si me dices la verdad, te soltaremos inmediatamente.

Era mayor para saber que era un asqueroso embustero y un hombre sin honor, pero estaba a su cargo, así pues, tuve que escuchar su ponzoña una y otra vez. Ojalá las agencias empezaran a contratar gente inteligente. ¿Verdaderamente pensaba que alguien se creería ese sinsentido? Alguien tendría que ser estúpido: ¿era él el estúpido, o pensaba que el estúpido era yo?

—Mira, si no me dices lo que quiero oír, voy a torturarte.

Entonces dije:

—¡Por supuesto que diré la verdad!

—¿De qué organización terrorista formas parte?

—¡De ninguna! —contesté. Volvió a poner la bolsa sobre mi cabeza y emprendió un largo discurso de humillaciones, insultos, mentiras y amenazas. La verdad es que no me acuerdo de todo, ni estoy preparado para filtrar en mi memoria tanta basura. Estaba tan cansado y malherido. Trataba de sentarme pero me forzaba a la postura otra vez. Lloré de dolor. Sí, un hombre de mi edad lloró silenciosamente. No pude aguantar la agonía.

■ después de un par de horas me envió de vuelta a mi celda, prometiéndome más tortura. "Esto era sólo el principio", dijo. Regresé a mi celda, aterrorizado y agotado. Le recé a Alá para que me salvase de él. Los días que siguieron los viví con horror. Cada vez que ■ pasaba por mi celda, miraba para otro lado, evitando verle para así no ser "visto" por él, exactamente como una avestruz. ■ controlaba a todo el mundo, día y noche, dando a los guardias instrucciones para cada detenido. Le vi torturando a otro detenido. No quiero relatar lo que oí sobre él; sólo quiero decir lo que vi con mis propios ojos. Era un adolescente afgano, diría que de unos 16 o 17 años. ■ le hizo quedarse de pie durante tres días, sin dormir. Me sentí fatal por él. Cada vez que se caía venían los guardias a gritarle "no hay descanso para los terroristas" y le hacían ponerse en pie otra vez. Recuerdo dormirme y despertarme y él seguir ahí, en pie como un árbol.

Cuando veía a ■ alrededor, mi corazón se aceleraba. Y estaba alrededor a menudo. Un día envió un ■ intérprete para que me diera un mensaje.

"■ te va a patear el culo".

No respondí pero dentro de mí dije: "¡Que Alá te detenga!". En efecto ■ no me pateó el culo, en cambio ■ me agarró para interrogarme [9]. Era un chico agradable, tal vez sintió que podía relacionarse conmigo por el idioma. ¿Y por qué no? Algunos de los guardias incluso venían a mí y practicaban su alemán cuando se enteraban de que lo hablaba.

De todos modos, me relató una larga historia. "Yo no soy como ■ . Es joven y temperamental. Yo no empleo métodos inhumanos; tengo mis propios métodos. Quiero decirte algo sobre la historia de América y la guerra contra el terrorismo".

■ fue directo y esclarecedor. Empezó con la historia de América y los puritanos, quienes castigaban incluso a los inocentes ahogándolos, y terminó con la guerra contra el terrorismo. "No hay detenido inocente en este campamento: si cooperas con nosotros voy a conseguirte el mejor trato, si no, te vamos a enviar a Cuba".

—¿Qué? ¿Cuba? —exclamé—. Yo ni siquiera hablo español y vosotros odiáis Cuba.

—Sí, pero tenemos territorio americano en Guantánamo —dijo, y me habló de Teddy Roosevelt y cosas así. Sabía que se me iba a enviar lejos de casa y no me gustaba nada.

—¿Por qué me enviáis a Cuba?

—Hay otras opciones, como Egipto o Argelia, pero sólo enviamos allí a los muy malos. Odio mandar gente allí, porque experimentarán una penosa tortura.

—Mándame a Egipto.

—Seguro que no quieres eso. En Cuba tratan a los detenidos humanitariamente y tienen dos imanes. El campo lo lleva el DOJ [Departamento de Justicia, según sus siglas en inglés], no el ejército [10].

—Pero yo no he cometido crímenes contra su país.

—Lo siento si es así. ¡Piensa en ello como si tuvieras un cáncer!

—¿Me van a llevar ante los tribunales?

—No a corto plazo. Quizá en tres años o así, cuando mi gente se olvide del 11 de septiembre. —■ siguió hablándome de su vida personal, pero no quiero reflejarlo aquí.

Tuve un par de sesiones más con ■ después de aquello. Me hizo algunas preguntas y trató de engañarme, diciendo cosas como: «¡Dice que te conoce!» de personas de las que nunca había oído hablar. Tomó nota de mi dirección de correo electrónico y claves. También pidió a ■ que estaban presentes en Bagram que me interrogasen, pero ellos se negaron diciendo que la ley ■ les prohíbe interrogar extranjeros fuera del país [11]. En todo momento estaba intentando convencerme para cooperar y así poder ahorrarme el viaje a Cuba. Sinceramente, prefería ir a Cuba que quedarme en Bagram.

—Déjalo estar —le dije—. No creo que pueda cambiar nada.

En cierta manera me gustaba ■. No me malinterpreten, era un interrogador taimado pero, al menos, me hablaba sin faltar a mi inteligencia. Le pedí a ■ que me pusieran fuera de la celda con el resto de la población reclusa y mostrarle las heridas que me había ocasionado la alambrada de espino. ■ estuvo de acuerdo: en Bagram, los interrogadores podían hacer cualquier cosa contigo, tenían control sobre todo, y los policías militares estaban a su servicio. Algunas veces ■ me daba un trago, lo que agradecía, especialmente con el tipo de dieta que seguía: frías raciones militares y pan seco en todas las comidas. En secreto les pasaba mi comida a otros detenidos.

Una noche ■ introdujo a dos interrogadores militares que me preguntaron sobre la Trama Milenio. Chapurreaban el árabe y fueron muy hostiles conmigo; no me permitieron sentarme y me amenazaron con toda clase de cosas. Pero ■ les odiaba y me dijo en ■: "Si quieres cooperar, hazlo conmigo. Estos tipos militares no son nada". ¡Me sentí como en una subasta pública para la agencia que apostase más por mí! [12]

Entre los habitantes de la prisión siempre rompíamos las reglas y hablábamos entre vecinos. Yo tenía tres vecinos inmediatos. Uno era un adolescente afgano al que raptaron cuando iba a los Emiratos; trabajaba allí, razón por la que hablaba árabe con acento del Golfo. Era muy simpático y me hacía reír; en los últimos nueve meses me había olvidado de cómo hacerlo. Estaba de vacaciones con su familia en Afganistán y se fue a Irán; desde allí se dirigió a los Emiratos en un barco, pero el barco fue raptado por los EE.UU. y los pasajeros fueron arrestados.

Mi segundo vecino era un chico mauritano de veinte años nacido en Nigeria y que se había mudado a Arabia Saudí. Nunca antes había estado en Mauritania, ni hablaba el dialecto mauritano; de no presentarse, dirías que era Saudí.

Mi tercer vecino era un palestino de Jordania con nombre ■. Un líder tribal afgano lo apresó y torturó durante siete meses. Su raptor quería dinero de ■ familia o le entregaría a los americanos, aunque la última opción era la menos halagüeña porque los EE.UU. pagaban solamente 5.000 dólares por cabeza, a menos que fuese un pez gordo.  El bandido pactó todo con ■ familia en cuanto al rescate pero ■ intentó escapar del cautiverio en Kabul. Llegó hasta Jalalabad, donde fue fácil detectarle como árabe muyahidín, y fue capturado y vendido a los americanos.  Le dije a ■ que había estado en Jordania y pareció estar informado sobre sus servicios de inteligencia. Conocía a todos los interrogadores que trataban conmigo, pues él mismo ■ estuvo 50 días en la misma prisión en la que yo había estado.

Cuando hablábamos cubríamos nuestras cabezas, de modo que los guardias pensaran que estábamos dormidos, y hablábamos hasta caer rendidos. Mis vecinos me contaron que estábamos en Bagram, en Afganistán, y yo les informé de que nos iban a trasladar a Cuba. Pero no me creyeron.

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Este texto es un extracto del primer capítulo de Diario de Guantánamo, publicado en España por Capitan Swing, 2016. Su autor, Mohamedou Ould Slahi, comenzó a escribir este libro tres años después de ser encerrado en Guantánamo en 2002.

Se trata de una obra muy especial al ser primer y único diario escrito por un recluido en este campo de detención de “combatientes enemigos”.

Ould Slahi fue detenido en noviembre de 2001 en Mauritania y recluido en Guantánamo en 2002, tras un periplo por prisiones de Jordania y Afganistán. La administración estadounidense sospechaba de su vinculación con Al-Qaeda. Slahi viajó a Afganistán en 1990 para apoyar a los muyahidines que intentaban derrocar al Gobierno comunista de Mohammad Najibullah, con el apoyo de EE.UU. En ese momento Slahi recibió entrenamiento en un campo de Al-Qaeda, pero, según él, rompió los lazos con esta organización tras abandonar el país.

En los catorce años que lleva encerrado en Guantánamo nunca se le ha acusado de ningún delito concreto. En 2010 un juez federal estadounidense ordenó su puesta en libertad, pero el Departamento de Justicia apeló y el Tribunal de Apelaciones de Washington D.C. anuló la sentencia. A día de hoy permanece detenido en Guantánamo.

Sus memorias fueron desclasificadas por la Administración Obama en 2013, aunque ampliamente censuradas: los caracteres ■ que aparecen en esto texto se corresponden con las palabras o frases ocultadas por el gobierno estadounidense.

Notas:

1. Parece claro, a partir de una fecha no censurada pocas páginas más adelante, que la acción comienza tarde en la noche del 19 de julio de 2002. Una investigación del Consejo Europeo ha confirmado que un avión de la CIA Gulfstream jet, con número de identificación N379P, partió de Amán, Jordania a las 11:15 aquella noche hacia Kabul, Afganistán [Manuscrito 10] [CITADO: Disponible un addendum del informe de 2006 con un listado del historial del avión.

2. Abu Hafs, cuyo nombre aparece aquí y en otros lugares del manuscrito no censurado, es el primo de MOS [Mohamedou Ould Slahi] y antes su cuñado. Su nombre completo es Mahfouz Ould al-Walid, también conocido como Abu Hafs al-Mauritani. Abu Hafs se casó con la hermana de la entonces mujer de MOS. Fue un miembro esencial del consejo Shura de Al-Qaeda, el principal organismo asesor, en los años noventa y hasta los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos. Está extensamente documentada la oposición de Abu Hafs a estos ataques: la Comisión 11S registró: "Abu Hafs supuestamente incluso le escribió un mensaje a Bin Laden basando su oposición en el Corán". Abu Hafs abandonó Afganistán tras los ataques del 11S y estuvo durante la década siguiente bajo arresto domiciliario en Irán. En abril de 2012 fue extraditado a Mauritania, donde se le retuvo un breve espacio de tiempo y más tarde se le puso en libertad. Ahora es un hombre libre. La sección pertinente del informe de la Comisión 11S está disponible para su consulta.

3. El contexto sugiere que el guardia podría ser mujer. Por todo el texto los pronombres "ella" y "su (de ella)" están sistemáticamente ocultos, y "él" y "su (de él)" aparecen sin ocultar.

4. De nuevo, los pronombres censurados sugieren que el intérprete es una mujer.

5. En la sesión del 15 de diciembre de 2005 de la Junta Administrativa de Revisión (ARB, según sus siglas en inglés), MOS describía a un interrogador americano en Bagram que era estadounidense nipón y al que se referían los prisioneros de Bagram como "William el Torturador". El jefe de los interrogatorios aquí podría ser aquel interrogador. La transcripción de la vista de MOS de 2005 ante la ARB está disponible en internet.

6. El contexto implica que el segundo interrogador se dirige a MOS en alemán.

7. El contexto implica que la disculpa se dirige al intérprete.

8. En la vista de 2005 de la ARB, MOS señaló que un interrogador apodado "William el Torturador" le hizo arrodillarse durante "muchas horas" para agravar el dolor de su nervio ciático y más tarde le amenazó. [ARB 23].

9. Parece tratarse del interrogador de habla alemana que les ayudó antes en el interrogatorio.

10. Departamento de Justicia. Por supuesto, esto no es cierto. El campo de detención de la bahía de Guantánamo está situado en la base naval de la bahía de Guantánamo y está dirigido por un grupo militar de trabajo conjunto americano bajo las órdenes del Comando Sur de los Estados Unidos.

11. Esto podría referirse a agentes del servicio extranjero de inteligencia alemán, el Bundesnachrichtendienst (BND). La prensa indica que MOS fue interrogado por agentes de la inteligencia alemana y canadiense en Guantánamo; más adelante en el manuscrito, en la escena en la que se encuentra con quienes parecen ser interrogadores de BND en GTMO, MOS se refiere concretamente a esa prohibición sobre los interrogatorios externos.

12. El comentario del interrogador sobre los interrogadores militares y la referencia de MOS a una rivalidad entre agencias por el control de su interrogatorio indica que el interrogador podría ser de una de las agencias civiles, como el FBI. El prolongado conflicto entre el FBI y la Agencia de Inteligencia de Defensa del Pentágono sobre los métodos de los interrogatorios militares se ha documentado y divulgado extensamente, en particular en el informe de mayo de 2008 del inspector general del Departamento de Justicia americano titulado Análisis de la implicación del FBI y de sus observaciones de los interrogatorios a los detenidos en la bahía de Guantánamo, Afganistán e Irak. El informe está disponible e incluye partes fundamentales dedicadas específicamente a los interrogatorios de MOS.


 

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