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El Mundo no Puede Esperar moviliza a las personas que viven en Estados Unidos a repudiar y parar la guerra contra el mundo y también la represión y la tortura llevadas a cabo por el gobierno estadounidense. Actuamos, sin importar el partido político que esté en el poder, para denunciar los crímenes de nuestro gobierno, sean los crímenes de guerra o la sistemática encarcelación en masas, y para anteponer la humanidad y el planeta.



Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


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Recuerdo de Fallujah de un miembro de la marina estadounidense que ayudó a destrozarla en 2004

22 de noviembre de 2011
Ross Caputi

Traducido del inglés por
El Mundo No Puede Esperar
2 de diciembre de 2011

Se han cumplido siete años desde el segundo asedio de Fallujah, desde el asalto estadounidense que dejó la ciudad en ruinas, mató a miles de civiles y desplazó a cientos de miles más, el asalto que ha envenenado a una generación, provocando en sus habitantes canceres y en sus niños anomalías al nacer.

Han pasado siete años y las mentiras que justificaron el asalto todavía perpetúan las falsas creencias sobre lo que hicimos.

Los veteranos estadounidenses que lucharon todavía no saben contra lo que lucharon o por lo que lucharon.

Lo sé, porque soy uno de esos veteranos.

A los ojos de muchos de los compañeros con los que “serví”, la gente de Fallujah permanece deshumanizada y sus combatientes todavía son considerados terroristas. Pero a diferencia de muchos de mis compañeros, entiendo que fui el agresor y que los luchadores de Fallujah estaban defendiendo su ciudad.

Es también el séptimo aniversario de la muerte de dos amigos cercanos, Travis Desiato y Bradly Faircloth, que murieron en el asedio. Sus muertes no fueron ni heroicas ni gloriosas. Sus muertes fueron trágicas, aunque no injustas.

¿Cómo puedo culpar a la resistencia de Fallujah de matar a mis amigos cuando sé que yo hubiera hecho lo mismo si hubiera estado en su lugar? ¿Cómo puedo culparlos cuando nosotros eramos los agresores?

Pude haber sido yo en vez de Travis o Brad. Llevaba una radio en mi espalda que lanzaba las bombas que mataron a civiles y que redujeron Fallujah a las ruinas. Si fuera de Fallujah, hubiera matado a alguien como yo. No hubiera tenido otra opción. El destino de mi ciudad y de mi familia hubieran dependido de ello. Hubiera matado a los invasores extranjeros.

Travis y Brad son a la vez víctimas y culpables. Murieron y mataron a otras personas a causa de una agenda política de la que eran simplemente peónes. Fueron el puño de acero del imperio estadounidense y una pérdida prescindible a los ojos de nuestros líderes.

No veo ninguna contradicción en sentir simpatía por los marines y soldados estadounidenses muertos y al mismo tiempo sentir simpatía por los habitantes de Fallujah que murieron por sus armas. Las contradicción reside en creer que eramos liberadores cuando de hecho atacábamos las libertades y deseos de los habitantes de Fallujah. La contradicción reside en pensar que eramos los héroes cuando la definición de “héroe” no tiene ninguna relación con nuestras acciones en Fallujah.

Lo que les hicimos a los habitantes de Fallujah no puede deshacerse y no veo el sentido de atacar a la gente de mi antigua unidad. Lo que quiero atacar son las mentiras y las falsas creencias. Quiero destrozar los prejuicios que nos impiden ponernos en la piel de los otros y preguntarnos que hubieramos hecho si un ejército extranjero hubiera invadido nuestro país y asediado nuestra ciudad.

Entiendo la psicología que provoca que los agresores culpen a sus víctimas. Entiendo las justificaciones y los mecanismos de defensa. Entiendo la necesidad emocional de querer odiar a las personas que mataron a alguien cercano. Pero describir la psicología que mantiene esas falsas creencias no significa ignorar la verdad moral y objetiva de que ningún atacante puede nunca culpar a sus víctimas de defenderse.

Esa misma moralidad distorsionada ha sido utilizada para justificar los ataques contra los nativos en Norteamérica, los vietnamitas, los salvadoreños y los afganos. Es la misma historia una y otra vez. Estas personas han sido deshumanizadas, su derecho natural a defenderse ha sido deslegitimado, sus resistencia ha sido reconvertida en terrorismo y los soldados estadounidenses han sido enviados a matarlos.

La historia ha preservado estas mentiras, las ha normalizado, y las ha socializado en nuestra cultura hasta el punto de que la legítima resistencia contra la agresión estadounidense es incomprensible para la mayoría, y el simple hecho de plantear esa cuestión es visto como algo antiestadounidense.

La historia define a los veteranos estadounidenses como héroes, y haciéndolo ha definido automáticamente a cualquiera que luche contra ellos como los malos. Ha intercambiado los papeles de agresor y defensor, moralizado lo inmoral, y ha modelado el actual entendimiento de la guerra de nuestras sociedades.

No puedo imaginar un paso más necesario hacia la justicia que poner fin a estas mentiras y alcanzar cierta claridad moral en este tema. No veo nada más importante que entender claramente la diferencia entre agresión y defensa propia y apoyar las luchas legítimas. No puedo odiar, culpar, guardar rencor o resentimiento a los habitantes de Fallujah por luchar contra nosotros. Sinceramente lamento mi papel en el segundo asalto de Fallujah y espero que algún día no solo los habitantes de esta ciudad sino todos los iraquíes ganen su lucha.

Este artículo apareció originalmente en la página Stop the War Coalition


 

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