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21 de agosto de 2015

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El día que la migra tocó a mi puerta’

Informe documenta abusos de agentes del ICE en redadas a hogares latinos

Nueva York — Cuando ocho hombres vestidos de policía entraron a su casa a las 4:30 de la madrugada buscando a un criminal, María Argueta pensó que no tenía por qué preocuparse. Pero estuvo equivocada.


María Argueta fue víctima de abuso por parte de ICE, en el ano 2008.

Los hombres uniformados no eran policías, sino agentes de Inmigración, y a pesar de que la salvadoreña de 42 años tenía un permiso de trabajo, fue detenida y pasó una noche en la cárcel.

“Entraron alumbrando los dos cuartos y después regresaron al cuarto donde estaba y dijeron, ‘La estamos buscando a usted’ ”, relató Argueta.

Historias como la de Argueta se volvieron comunes durante el gobierno de George W. Bush, según un reporte de la Clínica de Justicia de Inmigración de la escuela de leyes Benjamín N. Cardozo, de la Universidad Yeshiva.

El reporte, que se publicó esta semana, reveló que entre el 2006 y el 2008, el Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) sistemáticamente violó los derechos constitucionales en las redadas a hogares en la región, y a lo largo del país.

Peter Markowitz, el autor del reporte, dijo: “Podemos decir con confianza que las mismas cosas estaban pasando en Nueva Jersey y en Long Island: los agentes estaban entrando a la fuerza a los hogares y arrestando a personas que no estaban en la mira de Inmigración”.

En Nueva Jersey, donde viven dos víctimas de las redadas que hablaron con EL DIARIO/LA PRENSA, el 63% de capturas entre febrero 2006 y diciembre 2007 correspondían a personas que no estaban en la mira de la agencia federal; sólo 37% correspondieron a sujetos buscados.

Además, el informe descubrió que aproximadamente dos tercios de las personas capturadas en redadas de hogares no eran inmigrantes fugitivos. La mayoría eran inmigrantes de origen latino.

Argueta, quien vive en North Bergen y trabaja cuidando niños, fue detenida el 29 de enero de 2008. Los agentes golpearon durante media hora hasta que abrió la puerta. Se identificaron como la policía y persuadieron al hermano de Argueta para que los dejaran entrar.

Según Argueta, no miraron los papeles que ella mostró. Le dijeron que se tenía que ir con ellos y le obligaron a cambiarse de ropa con una agente al lado.

“Me esposaron y me amarraron”, recordó Argueta, “Cogieron otras cinco personas y se los llevaron a Elizabeth. En el parqueo, se quitaron sus chalecos de policía y los pusieron en el baúl. Se sentaron adentro. Estaban tomando café, comiendo, riéndose de nosotros”.

La pesadilla de Argueta duró más de 24 horas. De Elizabeth fue trasladada a Newark y después a una cárcel en Jersey City, donde pasó la noche. Durante el primer día, no le ofrecieron comida.

Las autoridades la soltaron al otro día, cuando un familiar de Argueta llegó a la cárcel y comprobó que su cuñada tenía un permiso de trabajo. Sin embargo, la salvadoreña perdió no sólo su cadena de oro en la cárcel; perdió la tranquilidad.

“Durante unos días yo no podía dormir, y siempre que tocaban el timbre, me daba miedo. Pensé que iban a ser ellos”, señala.

Los mismos hombres —vestidos de negro, con chalecos y botas militares— llegaron a una casa en Patterson, Nueva Jersey, en abril del 2009.


Walter Chávez junto a su esposa Ana Galindo en su casa de Nueva Jersey.

Eran las 7:30 de la mañana y Walter Chávez estaba sacando algo de su carro cuando siete hombres se le acercaron y le preguntaron por su esposa.

“Para que quieren a Anita?,” preguntó el guatemalteco de 44 años, quien llegó a Nueva Jersey hace 28 años y tiene una compañía de construcción.

Lo sacaron del cuello y lo empujaron hasta la casa. En la casa, Ana Galindo se estaba bañando para llevar a Walter, Jr. a la escuela.

Galindo, de 43 años, trajo los documentos de residencia de la familia. Uno de los agentes, un hombre alto, los revisó y le preguntó donde había escondido a los indocumentados.

Mientras que él le gritaba groserías, otro agente “se empuñaba la mano y se daba puños en la otra mano, como cuando uno golpea la puerta, queriéndome intimidar”, recordó Galindo.

El agente alto —con los cachetes enrojecidos de la rabia— le amenazó con quitarle el hijo. Cuando oyó los pasos del niño en el corredor, sacó su revolver.

Los agentes nunca se identificaron. Se fueron. Pero en ese hogar, también, el daño ya estaba hecho.

“El niño sigue hablando sobre lo que ocurrió y sigue durmiendo con nosotros. Empieza a temblar, a hablar”, dijo Chavez.

“Lo que nos pasó a nosotros nos gustaría que parara un día —porque es un pleno abuso del poder”, concluyó.

annie.correal@eldiariony.com


 

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