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¿Existe vida después de Guantánamo?


UNA JAULA DISTINTA: “Imaginaba que un día tendría familia, hijos. Pero aquí estoy, sigo solo”, dice Al-Merfedy, exdetenido yemení de Guantánamo, quien ha conocido en Eslovaquia a muy pocos correligionarios musulmanes. FOTO: ALEX POTTER

Luego de pasar una década tras las rejas, Hussein al-Merfedy quiere volver a empezar. Pero él, y otros como él, están atrapados en el limbo.

Alex Potter
Newsweek en español
04 de septiembre de 2016

SON LAS PRIMERAS HORAS de la mañana del domingo y las calles de Zvolen se encuentran vacías. Casi todos en esta población mediana de Eslovaquia han ido a la iglesia, mientras que los demás sufren la resaca de la noche anterior. Hussein al-Merfedy también tiene una jaqueca terrible, pero no tiene que ver con el alcohol; padece migraña. Este hombre es musulmán, y estuvo detenido en la prisión estadounidense de Bahía de Guantánamo, Cuba.

Hace dos años, al-Merfedy era uno de una docena de detenidos que Estados Unidos mantenía encerrados en “Gitmo”, pese a que nunca le presentaron cargos. Y aunque en 2008 aprobaron su liberación, pasó más de una década en prisión sin explicación alguna. Eso cambió el 14 de noviembre de 2014, cuando los militares lo esposaron y le vendaron los ojos, y lo metieron en un avión. Sin embargo, al aterrizar, Al-Merfedy no se encontraba en Yemen, su patria, sino a miles de kilómetros de allí, en un país nuevo y desconocido llamado Eslovaquia.

Al-Merfedy se levanta penosamente de la cama y camina hacia el baño, con los amplios pantalones del pijama colgándole de las caderas. Se los entregaron en Guantánamo y todavía los usa en casa. Explica que es un hábito difícil de cambiar. De pie frente al espejo, se pasa las manos por el cabello; hasta hace un mes, le llegaba por debajo de los hombros. Ahora lo lleva muy corto, “para encajar, para que la gente no me mire tan fijamente”.

Poco después, Al-Merfedy se dirige a la cocina. Parece casi nueva: unos pocos trastos colocados ordenadamente en el secador; los mostradores están impecables; y el refrigerador, casi vacío. El apartamento está en silencio, excepto por el tictac del reloj y el gorjeo del pinzón que tiene como mascota, el cual está posado en una jaula. Al-Merfedy recibe pocas visitas. Sus únicos amigos son los abogados que trabajan en su caso y un puñado de detenidos de Guantánamo que viven en la ciudad. Para él, este día será como cualquiera. Nada qué hacer, nadie a quién ver.

“Tengo casi 40 años”, dice. “Imaginaba que un día tendría familia, hijos. Pero aquí estoy, sigo solo”.

“EL ISLAM NO TIENE CABIDA EN ESLOVAQUIA”

En los últimos dos años, la administración de Obama ha renovado esfuerzos para cerrar Guantánamo y liberar detenidos que ya no considera una amenaza. De los cerca de 780 prisioneros originales, 61 permanecen tras las rejas, 20 de ellos autorizados para ser puestos el libertad. Sin embargo, los detenidos de países en guerra, como Yemen, Libia y Siria, no pueden regresar a casa, pues el gobierno de Estados Unidos teme que puedan unirse o reintegrarse a grupos extremistas.

Por ello, el Departamento de Defensa ha liberado a 55 exdetenidos en Estados del Golfo en vez de sus países de origen. Pero esas naciones están dispuestas a recibir una cantidad limitada de exprisioneros, de suerte que los demás fueron forzados a establecerse en Kazajstán y Eslovaquia, donde pasan dificultades para adaptarse. “Parece que la idea era sacarlos de Guantánamo como fuera”, dice David Remes, un abogado de muchos detenidos actuales y ya liberados, incluido Al-Merfedy. “Los soltaron en tierras extrañas, con culturas, religiones y lenguas muy diferentes de las suyas, y donde era inevitable que los trataran como parias”.

Para Al-Merfedy, ha sido difícil adaptarse a la vida en Eslovaquia. En la nueva ciudad, amén de los otros cuatro exdetenidos de Guantánamo, solo conoce a otro musulmán: un turco que tiene un negocio de kebab. A veces viaja a Martin, población localizada a dos horas de viaje, donde un pequeño grupo de musulmanes observa las oraciones del viernes en la trastienda de una cafetería (Eslovaquia es el único miembro de la Unión Europea que no tiene mezquita). “La gente de aquí es maskeen”, dice Al-Merfedy, usando el vocablo yemení de “amable” o “bondadoso”. “El gobierno es el problema”.

La crisis de refugiados que comenzó en 2015 condujo a cientos de miles de musulmanes de Oriente Medio a Europa. Eso provocó reacciones violentas debido al temor de que los recién llegados compitieran por plazas de trabajo y recurrieran al terrorismo. Hace poco, Robert Fico, el primer ministro eslovaco, declaró ante una agencia noticiosa nacional: “El islam no tiene cabida en Eslovaquia”.

Hombres como Al-Merfedy parecen atrapados en el limbo, ni detrás de las rejas ni completamente libres. No tienen prohibido trabajar, mas nadie los contrata; quieren casarse, pero hay contadas musulmanas; anhelan reunirse con sus familias, pero a más de un año de su liberación siguen solos. “Camino por Tiflis todos los días”, comenta Salah al-Dhaby, un exdetenido yemení transferido a Georgia. “Llevo una vida silenciosa. Recorro las calles para luego regresar a un apartamento silencioso”.

Al-Merfedy dice que ese silencio es como una jaula. “Creímos que estaríamos libres al salir de Guantánamo”, lamenta. “En vez de ello, pasamos de la Guantánamo pequeña a esto, una Guantánamo grande”.

VENDIDO A LOS AFGANOS

Los problemas de Al-Merfedy comenzaron en 2001, cuando viajó de Yemen a Pakistán en busca de empleo. Tras contactar con una organización misionera islámica, decidió seguir a Europa para conseguir trabajo. No obstante, a la zaga del 11/9, los yemeníes, incluso los registrados con organizaciones legítimas, tenían grandes dificultades para obtener visas. Al-Merfedy no se dio por vencido. Pagó para que lo llevaran de contrabando por Pakistán y Afganistán, vía Irán, hasta Turquía, donde esperaba encontrar la puerta de entrada a Europa. Pero lo capturaron en Irán, acusado de ser un reclutador de Al-Qaeda y lo vendieron a las autoridades afganas. Los afganos lo enviaron a los estadounidenses, quienes lo transfirieron a Guantánamo el 9 de mayo de 2003. Estados Unidos cree que su grupo misionero era usado a menudo como fachada para extremistas.

Al-Merfedy permaneció encerrado cinco años, insistiendo en su inocencia. Su abogado señala que los grupos locales solían aprovechar las lucrativas recompensas que Estados Unidos ofrecía por individuos conectados con Al-Qaeda y, a veces, entregaban a hombres inocentes. Otros parecían ser partícipes marginales en la guerra contra el terrorismo. “Pocos ‘combatientes’ llegan a ser acusados de intervenir en la lucha”, revela un informe de 2006 de Human Rights Watch. “Muchos son detenidos, simplemente, porque vive en una casa asociada con el talibán o porque trabajan en una beneficencia vinculada con el grupo”.

Aún no se ha esclarecido la inocencia de Al-Merfedy (el enviado especial del Departamento de la Defensa y el Departamento de Estado para la clausura de Guantánamo se niega a hablar de casos individuales), pese a que Estados Unidos autorizó su liberación en 2008 por no considerarlo ya una amenaza. Sin embargo, cuando los funcionarios de inteligencia estadounidense descubrieron que Umar Farouk Abdulmutallab (el “bombardero de ropa interior”) fue entrenado en Yemen, Estados Unidos se negó a repatriar a Al-Merfedy o a cualquiera de sus compatriotas.

Al cabo de 11 años de “interrogatorios fortalecidos” intermitentes, huelgas de hambre, y confinamiento en solitario, lo llevaron a una oficina de Guantánamo, donde se encontró con contactos de Eslovaquia que le prometieron una vida nueva, y se entusiasmó. “Quería salir de Guantánamo”, confiesa.

Ahora que se encuentra libre, Al-Merfedy forma parte de un programa de dos años operado por la Organización Internacional para Migración (OIM), para ayudarlo a sentirse más cómodo. El programa incluye vivienda pagada y un salario mensual, maestros de lengua eslovaca, psicólogo y un trabajador social. Con todo, Al-Merfedy sigue bregando para encontrar empleo y le preocupa lo que pueda ocurrir el próximo año, cuando la OIM reduzca su mesada a la mitad. La organización dice que consideraría una extensión solo si puede demostrar al gobierno que está aprendiendo eslovaco. Al-Merfedy asegura que lo intenta, pero sus clases son en inglés, un idioma que no domina, lo que a su vez dificulta el proceso. Conoce expresiones básicas: “dobry den” (buenos días), “prosim” (por favor), “dakujem” (gracias). Así que puede pasar por turista, pero nada más.

¿QUIÉN SE CASARÍA CON UN EXGUANTÁNAMO?

Hacia la hora del almuerzo, Al-Merfedy da un paseo por la ciudad, mirando el suelo. A veces alza los ojos y sonríe al ver parejas jóvenes tomadas de la mano o padres que juegan con sus hijos. Algunos pasan a su lado y le brindan una tímida sonrisa. Otros lo miran con sospecha o curiosidad.

El hombre de 39 años tiene una familia numerosa en Yemen y le gustaría volver a verlos. Pero Al-Merfedy es un residente extranjero permanente, no un refugiado ni asilado, de modo que Eslovaquia no tiene la obligación legal de reunirlo con su madre, sus hermanas o hermanos. El yemení anhela una familia propia, pero en un país con muy contadas musulmanas y muchas menos dispuestas a desposar a un exdetenido de Guantánamo, sus posibilidades son casi nulas. Sigue esperando a que el gobierno apruebe la visa para que su familia lo visite. “Quizá si estuviera con mi familia lo pasaría mejor”, dice. “Pero... soy un extraño. Soy un exiliado. Toda mi vida he anhelado cosas, y todas han sido decididas por mí”.

Al ocultarse el sol, cede la jaqueca de Hussein, y cuando la bruma desciende sobre las calles, se siente mejor. Camina los dos solitarios kilómetros hasta su apartamento, por calles secundarias para evitar a los borrachos que salen a trompicones de los bares. Al llegar, el sol está ocultándose en Zvolen, y Al-Merfedy baja las persianas.

Una vez más, impera el silencio en el apartamento, excepto por el tictac del reloj y el pinzón que trina su canción vespertina. “Me disgusta ver cualquier cosa en una jaula”, dice, mientras llena los contenedores de agua y comida del pájaro. “Pasé buena parte de mi vida en una jaula”.

Saca una delgada frazada y la coloca delicadamente sobre la jaula. Después de un momento, el ave guarda silencio.


 

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