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Testimonio

Mi vida en Guantánamo

Moath al-Alwi
Znet/Al Jazeera
9 de julio de 2013

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Hace un mes, los guardias aquí en la Bahía de Guantánamo me dieron un mono naranja. Después de años en blanco y marrón, los colores de los prisioneros obedientes, estoy muy orgulloso de llevar mi nueva ropa. El color naranja es la bandera de Guantánamo. Cualquiera que conoce la verdad sobre este lugar sabe que naranja es el único color genuino.

Mi nombre es Moath al-Alwi. He sido un prisionero de EE.UU. en Guantánamo desde 2002. Nunca fui acusado de algún crimen y no he recibido un juicio justo en tribunales estadounidenses. Para protestar contra esta injusticia, inicié una huelga de hambre en febrero. Ahora, dos veces por día, los militares estadounidenses me atan a una silla y me introducen un grueso tubo por la nariz para alimentarme a la fuerza.

Cuando decido permanecer en mi celda en un acto de protesta pacífica contra la alimentación por la fuerza, las autoridades envían un equipo de Extracción Forzada de la Celda: seis guardias en uniformes antidisturbios. Esos guardias son deliberadamente brutales para castigarme por mi protesta. Se echan sobre mi cuerpo hasta el punto de que pienso que mi espalda está a punto de quebrar. Luego me llevan afuera y me atan a la silla de restricción, llamada por nosotros, los huelguistas de hambre, silla de tortura.

Un nuevo giro en esta rutina incluye que los guardias me atan a la silla con mis brazos esposados detrás de mi espalda. Luego aprietan la correa sobre mi pecho, atrapando mis brazos entre mi torso y el respaldo de la silla. Lo hacen a pesar del hecho de que la silla de tortura tiene sus propias restricciones para los brazos. Es extremadamente doloroso permanecer en esa posición.

Después de haberme atado a la silla, un guardia mete sus pulgares bajo mi mandíbula, apretando los puntos de presión y sofocándome mientras insertan el tubo por mi nariz hasta mi estómago. Ahora siempre utilizan mi orificio nasal derecho porque el izquierdo está hinchado después de innumerables sesiones de alimentación. Algunas veces, los enfermeros se equivocan, y meten el tubo en mi pulmón, y comienzo a asfixiarme.

El personal médico militar estadounidense que realiza la alimentación por la fuerza en Guantánamo básicamente nos ceba para aumentar nuestro peso – el mío había bajado de 76 kilos a 49 kilos antes de que comenzaran a alimentarme por la fuerza. Incluso utilizan la constipación como arma, negándose a dar laxantes a los huelguistas de hambre a pesar del hecho de que las soluciones alimenticias inevitablemente causan considerable distensión abdominal.

Si un prisionero vomita después de ese suplicio, los guardias lo devuelven de inmediato a la silla de restricción para otra alimentación por la fuerza. He visto cómo infligen esta tortura hasta tres veces seguidas al mismo sujeto.

El personal médico militar incluso ha dejado de suministrar medicamentos vitales a los prisioneros como presión adicional para romper la huelga de hambre.

Esos médicos y enfermeros militares nos dicen que simplemente están obedeciendo órdenes del coronel a cargo de las operaciones de detención, como si ese oficial fuera un doctor o como si los doctores tuvieran que seguir sus órdenes en lugar de su ética médica o la ley.

Pero tienen que saber que lo que hacen está mal, de otra manera no se sacarían las placas con sus seudónimos o números. No quieren ser identificados de ninguna manera, por temor a ser responsabilizados algún día por su profesión o el mundo.

Paso el resto de mi tiempo en una celda de confinación solitaria, cerrada durante 22 horas. Las autoridades nos han privado de los elementos más básicos. Ni cepillos de dientes, pasta de dientes, toallas, jabón, frazadas son permitidos en nuestras celdas. Si queremos ir a la ducha, los guardias se niegan. Golpean nuestras puertas de noche, privándonos de sueño.

También han instituido una humillante política de cacheo genital. Pregunté a un guardia por el motivo. Respondió: “Para que no vayáis a vuestras reuniones y entrevistas con vuestros abogados y les deis información para que sea utilizada en contra nuestra”.

Los pesos de los prisioneros son tan bajos como su espíritu es alto. Cada hombre que conozco aquí está determinado a continuar la huelga de hambre hasta que el gobierno de EE.UU. comience a liberar prisioneros.

Es posible que estando afuera tengáis dificultades para comprender todo esto. Mi familia ciertamente no lo comprende. Si tengo suerte, me permiten cuatro llamados a casa cada año. Mi madre pasó la mayor parte de mi último llamado implorándome para que detenga mi huelga de hambre. Solo le pude decir como respuesta: “Madre, no me queda otra alternativa”. Es la única manera que me queda para gritar por la vida, la libertad y la dignidad.

Moath al-Alwi es un nacional yemení que ha estado preso por EE.UU. desde 2002. Fue uno de los primeros prisioneros llevados a Guantánamo, donde los militares le dieron el Número de Serie de Reclusión 028.

Este artículo fue traducido del árabe al inglés por su abogado, Ramzi Kassem.

Fuente: http://www.zcommunications.org/my-life-at-guantanamo-by-moath-al-alwi


 

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