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‘¿Cuándo voy a ver a mi papá?’: El dolor de los niños separados de sus padres en EE.UU.

Miriam Jordan
The New York Times.es
8 de junio de 2018


Migrantes cerca de McAllen, Texas, en abril. En mayo el fiscal general estadounidense dijo que quien cruce la frontera de manera ilegal enfrentará cargos penales. Credit Loren Elliott/Reuters

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Cuando el niño aterrizó en Michigan, a fines de mayo, lucía agotado y solo cargaba una bolsa con la ropa sucia que usó durante su travesía de varios días por México. También tenía dos trozos de papel: uno con un dibujo de su familia en Honduras y el otro era un bosquejo de su padre, que fue arrestado y trasladado a otro lugar después de que llegaron a la frontera con Estados Unidos en El Paso, Texas.

Un acompañante del gobierno estadounidense entregó al niño de 5 años, identificado como José en sus documentos de viaje, a una mujer estadounidense cuya familia se encarga de cuidarlo. Él no quiso tomarle la mano. No lloró. Estuvo callado durante el trayecto a “casa”.

Las primeras noches, se quedó dormido por la fatiga de tanto llorar. Después el llanto dio lugar a “lamento tras lamento”, dijo Janice, su madre de acogida. Hace poco logró dormir por primera vez durante toda la noche, aunque insiste en guardar los dibujos de sus familires bajo su almohada.

El caso de José muestra los efectos de las más recientes y controversiales políticas migratorias del gobierno de Donald Trump. En mayo el fiscal general estadounidense, Jeff Sessions, anunció que el gobierno procesará criminalmente a cualquiera que cruce la frontera de manera ilegal, una directriz que ya ocasiona la separación de cientos de familias migrantes y envía a los niños a refugios y casas de acogida en todo el país.


José, un niño hondureño de 5 años, guarda bajo su almohada los dibujos de su familia.

El objetivo de esa medida, según los agentes gubernamentales, es disuadir a las familias de Centroamérica de emprender el peligroso viaje hacia la frontera sur de Estados Unidos, donde este año han llegado en mayores cantidades para solicitar refugio.

Tan solo en las primeras dos semanas de implementación de la nueva política del presidente Trump, 638 padres que llegaron a los cruces fronterizos con 658 niños han sido procesados, según los agentes gubernamentales le informaron al Congreso.

Kirstjen Nielsen, la secretaria de Seguridad Nacional, enfatizó que separar a las familias no es el objetivo principal, sino que solo es una consecuencia de la decisión de tomar acciones penales contra quienes cruzan ilegalmente. “No tenemos una política de separar a los niños de sus padres. Nuestra política es: si violas la ley, te procesaremos”, le dijo al Comité de Seguridad Nacional y Asuntos Gubernamentales del Senado el pasado 15 de mayo.

La funcionaria también dijo que el gobierno de Trump hace un mejor trabajo que sus predecesores para asegurarse de que los niños migrantes sean ubicados con tutores o cuidadores temporales cuyos antecedentes son revisados cuidadosamente. “Podemos asegurarles que los niños están con familias que no son traficantes y que no los van a maltratar”, dijo.

Aún está por verse si esa política tendrá éxito como medida disuasoria. Lo evidente es que ha generado dolor y trauma en quienes son procesados, pues muchas veces los padres y los hijos no tienen noticias unos de otros.

Antes del anuncio de la política de cero tolerancia, el 7 de mayo, el gobierno estadounidense ya estaba llevando a juicio a algunos padres y ubicaba a sus hijos en refugios gubernamentales. KIND, una organización que ofrece asesoría legal a los menores, dice que saben de al menos seis niños que se quedaron varados después de que sus padres fueron deportados, entre ellos una niña de 2 años.

“Preferiríamos que estos niños permanezcan con sus familias; no deberían estar separados. No obstante, estar en un hogar de acogida amoroso es mejor que estar en una base militar”.

CHRIS PALUSKY, PRESIDENTE DE BETHANY CHRISTIAN SERVICES

En cartas dirigidas al Departamento de Seguridad Nacional, la Academia Estadounidense de Pediatría ha pedido urgentemente terminar con la separación de padres e hijos, pues los investigadores dicen que puede causar traumas de por vida a los niños. Cuando la política se anunció, la presidenta de la academia, Colleen Kraft, dijo que estaba alarmada por su “excesiva crueldad”.

Desde que José —cuyo apellido y el de su familia de acogida no son divulgados para proteger su privacidad— llegó a Michigan no ha pasado un día en que el niño no pregunte en español: “¿Cuándo voy a ver a mi papá?”.

Le dicen la verdad. No lo saben. Nadie lo sabe.

El padre de José está en un centro de detención; fue hasta esta semana que padre e hijo pudieron comunicarse por primera vez desde que fueron arrestados en la frontera.

“Veo cómo sucede la historia frente a mis ojos. Es atroz”, dijo Janice, de 53 años.

Janice, su esposo, Chris, y sus dos hijas adolescentes tienen experiencia de primera mano con los migrantes menores de edad. Son una de varias familias que durante los últimos años le proporcionan hogares temporales, llamados hogares de acogida transicionales, a los menores que buscan refugio en Estados Unidos después de escapar de la violencia y la incertidumbre económica en Honduras, El Salvador o Guatemala.


Manifestantes contra la política del gobierno de Trump de separar a niños migrantes de sus padres en una protesta el 5 de junio en Chicago Credit Scott Olson/Getty Images

Desde 2016, doce niños, entre ellos dos parejas de hermanos, han ocupado la habitación en la planta superior con paredes pintadas de azul y blanco y con camas individuales con colchas coloridas. Todos llegaron solos a Estados Unidos y se quedaron al cuidado de la familia por algunas semanas o meses hasta que se encontraron cuidadores permanentes ya residentes del país, muchas veces familiares de los menores, y las autoridades les permitieron recibirlos.

“Tenían acceso a sus padres todos los días”, dijo Janice. “Hablaban con ellos por teléfono. Hemos hecho conferencias en video con mamás y papás y hermanos con cada niño, excepto ahora”.

José es el primer niño que ha recibido esta familia que cruzó la frontera acompañado de uno de sus padres, en lugar de solo, y que fue separado a la fuerza sin posibilidad de contactarlo. En su vuelo hacia Michigan había otros dos niños de Centroamérica en condiciones similares que se quedaron con familias de la misma zona.

Durante los últimos años, la mayoría de los jóvenes detenidos en la frontera eran ubicados en albergues del gobierno y la mayoría eran adolescentes que llegaban solos, casi todos con la esperanza de reunirse con sus familiares ya establecidos en Estados Unidos. Actualmente hay cerca de 11.000 niños en estas instalaciones, que están al 95 por ciento de su capacidad, según Kenneth Wolfe, un vocero del Departamento de Salud y Servicios Humanos. El funcionario dijo que el departamento ha reservado 1218 camas adicionales en diversos lugares para niños migrantes, algunos en bases militares.

El 10 de mayo, tres días después de que Sessions anunció la política de cero tolerancia, el gobierno publicó una solicitud de “cuidadores de albergues, así como de grupos de hogares y cuidado de acogida transicional” como preparativos para el aumento de niños separados de sus padres que necesitarían alojamiento.

Como respuesta, Bethany Christian Services, que coordina alojamientos de acogida para cerca de cien niños migrantes en Michigan y Maryland, entre ellos el que recibió a José, planea expandirse a muchos otros estados. Las familias reciben una ayuda de cerca de 400 dólares al mes para sufragar los costos del cuidado de un niño.

“No queremos tener que redoblar esfuerzos”, dijo Chris Palusky, presidente de Bethany. “Preferiríamos que estos niños permanezcan con sus familias; no deberían estar separados. No obstante, estar en un hogar de acogida amoroso es mejor que estar en una base militar”.

Estos niños recién separados tienen pesadillas, ansiedad y dolores de estómago frecuentes.

Entre los niños recientemente acogidos por las familias que trabajan con Bethany está una bebé de 18 meses que fue separada de su padre. La niña llora con frecuencia, especialmente cuando cambia de ambiente, como cuando sale de la casa para acudir a una cita con el médico.

Dona Abbott, la directora del programa de refugiados de Bethany, dice que estos niños recién separados tienen pesadillas, ansiedad y dolores de estómago frecuentes.

Un niño de tres años separado de su madre en la frontera estuvo inconsolable durante su vuelo a Michigan y lloró sin parar cuando llegó a su nueva casa en mayo, dijo Abbott. En días recientes ha comenzado a formar un vínculo con su madre de acogida, de quien no se quiere separar. “Parece temeroso de perder otro apego”, dijo Abbott.

El aeropuerto estaba desierto cuando José aterrizó en Michigan el 23 de mayo alrededor de la medianoche, y casi eran las 02:00 a. m. cuando Janice llegó a su casa, con él sentado en el asiento trasero de su camioneta.

“Parecía muy cansado y confundido, pero obedecía”, recuerda Janice.


Un dibujo del padre de José

Al principio, José estaba triste y retraído. No iniciaba ninguna interacción con la familia, aunque seguía las instrucciones de Janice, quien habla español básico, como lavarse las manos y sentarse a cenar.

Se negaba a quitarse la ropa con la que había llegado, una playera amarilla que le quedaba muy grande, pantalones azules y una sudadera gris que probablemente le dieron las autoridades que lo detuvieron en Texas.

“Durante dos días, no se bañó ni se cambió la ropa. Literalmente tuve que arrancarle los calcetines de los pies. Estaban muy viejos y apestosos”, dijo Janice. “Me di cuenta de que ya no quería que nadie le quitara nada”.

La única cosa que lo animaba era conversar sobre sus “fotos”, como llama a los dibujos de su familia.

Sin dejar de mirar intensamente el dibujo de su padre, con un bigote y una gorra, repetía su nombre en voz alta una y otra vez.

“Solo veníamos él y yo” en el viaje desde Honduras, le dijo a Janice una noche mientras estaba acostado en la cama y hojeaba los dibujos.

“Se aferra a los dos dibujos como a su vida”, dijo Janice, entre lágrimas. “Es desgarrador”.

Janice no culpa a los padres de José por hacerlo pasar por esta dura experiencia.

“Se aferra a los dos dibujos como a su vida. Es desgarrador”.

JANICE, MADRE DE ACOGIDA DE JOSÉ

A inicios de mayo, viajó a Centroamérica para ver por sí misma las condiciones del país, y regresó convencida de que la violencia alimentada por las pandillas, la extorsión y el reclutamiento de niños obligan a los padres a emprender el arduo viaje por tierra con sus hijos hacia Estados Unidos. “No siento más que aflicción y empatía por las familias”, dijo.

En una noche de la semana pasada, Janice recuerda que se escucharon sirenas y los ojos de José de inmediato se abrieron en pánico: “La violencia, la violencia”, dijo. La familia le aseguró que no era violencia, sino camiones de bomberos.

En días recientes, el niño comenzó a asistir a un preescolar para niños de distintas edades en Bethany, con casi una decena de otros niños migrantes.

Como un atleta nato, comenzó a jugar fútbol y atrapadas de pelota con Chris y Janelle, la hija de 14 años de la pareja. Su papá le enseñó a jugar fútbol, les contó.

Al inicio de la segunda semana con la familia, se le dibujaron algunas sonrisas e incluso se permitió unas risitas.

“Como madre es increíblemente difícil ver a este pequeño niño comenzar a divertirse y sentir alegría con pequeñas cosas”, dijo Janice. “Su padre no puede verlo feliz. Es como si le hubieran robado estos momentos con su hijo. No puedo sustituirlo”.

Al inicio de la semana del 4 de junio, José habló con sus papás por primera vez desde que sus vidas se separaron. Las llamadas fueron por separado: su padre aún está en un centro de detención y su madre está en Honduras.

Las llamadas sucedieron sin contratiempos, según el coordinador de servicios.

Sin embargo, trastocaron todo. De alguna manera, José entendió que no había manera de saber cuándo vería a su familia. “Desató todo el trauma de la separación otra vez”, dijo Janice.

Ella intentó darle sus juguetes, pero el niño estalló en furia, gritando y llorando en la mesa de la cocina durante casi una hora.

“Fue muy duro presenciarlo. El semblante en su rostro era de angustia”, dijo Janice, con la voz quebrada.

Cuando su furia disminuyó, el niño se desplomó en el piso de la cocina, aún sollozante. “Mamá, papá”, decía, una y otra vez.

Cerca de él estaban los dibujos de su familia que había arrojado al piso.


 

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