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Un exprisionero de la CIA sueña en grande con una nueva vida en Belice

Carol Rosenberg
The New York Times
10 de febrero de 2023

Una mezquita en Ciudad de Belice, Belice, nación en la que viven unos 600 musulmanes, el 4 de febrero de 2023. (Meridith Kohut/The New York Times).

Una mezquita en Ciudad de Belice, Belice, nación en la que viven unos 600 musulmanes, el 4 de febrero de 2023. (Meridith Kohut/The New York Times).

CIUDAD DE BELICE, Belice — En su primer día de libertad, por primera vez en dos décadas, el otrora preso de Guantánamo Majid Khan rezó sin que nadie lo vigilara.

Comió un almuerzo de pescado fresco del Caribe con sus nuevos anfitriones, manipuló con torpeza su primer teléfono inteligente, le dio sorbos a una piña colada sin alcohol mientras estaba con sus abogados y sostuvo una videollamada en tiempo real con su familia en Pakistán y Estados Unidos desde su patria adoptiva, Belice.

Khan, de 42 años, es el primer preso liberado del centro de detención de Guantánamo que había estado recluido allí como “detenido de alto valor”, la frase dentro de la comunidad de inteligencia para referirse a alguien que estuvo preso a causa del programa secreto de tortura del gobierno de Bush de “interrogatorios mejorados”.

La semana pasada, cuando salió de dos décadas de aislamiento social que comenzó con años de confinamiento en solitario, sus planes, ambiciones y observaciones le brotaban de la boca, a veces en fragmentos al azar de conversación rápida.

“Quiero volver a trabajar. Que no me digan que me tranquilice”, comentó Khan emocionado.

Pensó que tal vez le gustaría estar a cargo de un restaurante. En definitiva, quiere postularse a un cargo público.

“Díselo al primer ministro”, se citó a sí mismo como si se lo dijera a Eamon Courtenay, ministro del Exterior, momentos después de que él y su gato atigrado, Cheetah, aterrizaron en Belice en un vuelo proveniente de la base militar estadounidense en Cuba.


Un puerto en Ciudad de Belice, Belice, donde Majid Khan, quien estuvo detenido en el centro de detención de Guantánamo durante mucho tiempo, fue liberado y espera comenzar una nueva vida, el 3 de febrero de 2023. (Meridith Kohut/The New York Times).

Por cierto, Khan también dijo que ya había guardado los números de dos imanes beliceños en el marcado rápido de su teléfono, pero todavía no había visitado sus mezquitas en esta nación de 400.000 habitantes, unos 600 de ellos musulmanes.

Más tarde, recitó el fragmento de un poema de estilo libre que dijo haber dejado en la puerta de su celda en el centro de detención de Guantánamo. “En este día, 2 de febrero de 2023 ... Dios me dejó libre ... Mis acciones hirieron a otros, como la abeja y su aguijón. Les quiero pedir perdón. Puedo decir esto o aquello, con el corazón. Para demostrar que mis detractores se equivocan, espero tener razón”.

Mencionó que lo firmó con lo que él consideró como un final adecuado: “Majid Khan dejó el edificio”.

Horas después, el ministro del Exterior de Belice convocó a las principales organizaciones noticiosas de su país y anunció que, como “acto humanitario”, Khan, su esposa y su hija adolescente se iban a incorporar a la sociedad beliceña.

Luego, Courtenay contó la historia de la vida de Khan, la cual, dijo después, su nación merecía saber.

Khan estuvo expuesto el islamismo radical en Maryland, donde asistió al bachillerato durante la década de 1990. Se fue a Pakistán después de los atentados del 11 de Septiembre y se convirtió en mensajero de Al Qaeda. De 2003 a 2006, la CIA lo mantuvo detenido de incógnito y lo sometió a “las torturas más horribles”.

En Guantánamo, se declaró culpable por los cargos de terrorismo y empezó a cooperar con el gobierno estadounidense. “Tengo plena confianza en que será un buen beliceño en los años por venir”, comentó Courtenay. “Nunca lastimó ni mató a nadie ni estuvo involucrado en combates”.

Para dar una base sólida a la familia Khan para un nuevo comienzo, Courtenay mencionó que Belice le había exigido a Estados Unidos que proporcionara los fondos para comprarle una casa, un teléfono, una computadora portátil y un auto.

Una de las primeras llamadas de Khan con ese nuevo teléfono fue a los dos abogados de la ciudad de Nueva York que lo habían representado durante más tiempo y le habían ayudado a recorrer su camino hacia la libertad: J. Wells Dixon, del Centro de Derechos Constitucionales, desde 2006, y Katya Jestin, de Jenner & Block, desde 2009.

El ministro del Exterior calificó a Khan de “inteligente, intelectualmente curioso y un excelente cocinero” que es “extrovertido y hará amigos con facilidad en Belice”. Desde el primer día, tuvo la “libertad para viajar por todo el país, estudiar, trabajar, abrir un negocio y aprovechar al máximo su vida después de casi 20 años detenido”.

Así, el segundo día, Khan y sus abogados salieron de paseo. Almorzaron en un restaurante frente al mar, se tomaron fotos grupales en un muelle y luego se fueron de compras, una expedición que se sintió como una familia que lleva a un hijo a la universidad.

El grupo recorrió el equivalente beliceño de Walmart, donde a veces se detuvieron para explicar algo desconocido, como un estante para ducha, o esperaron a que Khan recogiera un artículo que le parecía particularmente bonito, como un florero que llenó de flores de plástico para encontrarse con su familia. Metieron al carrito una tetera y un recipiente de plástico, un traje de baño y camisetas, contenedores de almacenamiento, espejos y una báscula de baño.

Khan solo había llevado unos pocos recuerdos del tiempo que pasó en Guantánamo: 46 páginas de poesía, un Corán desgastado y Cheetah, el gato atigrado de un año de edad que había aparecido en sus instalaciones penitenciarias cubiertas de alambre de púas cuando era cachorro. Un veterinario del ejército estadounidense castró y vacunó al gato, el cual viajó a Belice en una jaula.

A bordo del avión de doble turbohélice de la Marina estadounidense también viajaba el médico jefe de la prisión, para entregarles a las autoridades beliceñas el historial médico de Khan, un suministro de seis meses de estatinas para controlar su colesterol y otros medicamentos que le recetaron en la cárcel.

La siguiente parada después del viaje de compras fue en su nuevo hogar. En una hora, el equipo legal le ayudó a desempacar y a ordenar el lugar.

La casa estaba casi vacía, por ahora un espacio de soltero con la cama, un buró y pizzas en el congelador. Faltaba comprar muebles, tal vez un sofá y una mesa de comedor, antes de que llegaran de Pakistán su esposa y la hija que todavía no conocía en persona.

En un momento de reflexión, Khan declaró que Belice es “el lugar perfecto, lo juro”, para un hombre como él que busca convertirse en “un miembro productivo de la sociedad”.

Luego, describió lo que le ocurrió cuando se dio cuenta de que era hora de rezar después de su primera comida en el país.

Estaba en un restaurante terraza con sus anfitriones beliceños y se escabulló para ir al baño y lavarse. Vio a una mesera y le explicó que era musulmán y necesitaba un lugar para rezar. Ella lo llevó a un cuarto de servicio ubicado debajo del comedor y le entregó un mantel rojo limpio.

Khan, a quien durante dos décadas otras personas le vigilaron y controlaron todos sus movimientos, le dijo que iba a dejar la puerta abierta. No, le respondió la mesera, ciérrala para que nadie te interrumpa.

“Eso hice”, dijo asombrado. “Cerré la puerta con seguro. Recé durante diez minutos y me fui”.

© 2023 The New York Times Company

Fuente: https://es-us.finanzas.yahoo.com/noticias/exprisionero-cia-sue%C3%B1a-grande-vida-022747761.html


 

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