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21 de agosto de 2015

El Mundo no Puede Esperar moviliza a las personas que viven en Estados Unidos a repudiar y parar la guerra contra el mundo y también la represión y la tortura llevadas a cabo por el gobierno estadounidense. Actuamos, sin importar el partido político que esté en el poder, para denunciar los crímenes de nuestro gobierno, sean los crímenes de guerra o la sistemática encarcelación en masas, y para anteponer la humanidad y el planeta.



Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


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Tropas a casa, de acuerdo, pero detened también los bombardeos

Medea Benjamin y Nicolas J.S. Davies
CounterPunch
28 de diciembre de 2018

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Mientras nuestra nación discute los méritos de la decisión del presidente Trump de retirar las tropas estadounidenses de Siria y Afganistán, los bombardeos aéreos, el aspecto más pernicioso de la participación militar estadounidense en el extranjero, están ausentes de la polémica. El anuncio de Trump y la renuncia del general Mattis deberían desencadenar un debate nacional sobre la participación de Estados Unidos en conflictos en el extranjero, pero ninguna evaluación puede ser significativa sin una comprensión clara de la violencia que las guerras aéreas de los Estados Unidos han desatado en el resto del mundo durante los últimos 17 años.

Según nuestros cálculos, en la denominada “guerra contra el terror”, EE. UU. y sus aliados han lanzado sobre otros países 291.880 bombas y misiles, y eso tan solo representa un número mínimo de ataques confirmados.

Mientras contemplamos esa cifra abrumadora, tengamos en cuenta que estos ataques representan vidas segadas, personas mutiladas para siempre, familias destrozadas, viviendas e infraestructura demolidas, dinero de los contribuyentes despilfarrado y un resentimiento que solo engendra más violencia.

Tras los horribles crímenes del 11 de septiembre de 2001, el Congreso aprobó rápidamente una Autorización para el Uso de la Fuerza Militar (AUMF, por sus siglas en inglés). Si bien tres presidentes han afirmado que la AUMF de 2001 justifica legalmente estas guerras interminables como respuesta a los crímenes del 11-S, ninguna lectura seria de la Autorización podría interpretarlo de esa manera. Lo que realmente dice es:

Que el Presidente está autorizado a usar toda la fuerza necesaria y apropiada contra las naciones, organizaciones o personas que él determine que planificaron, autorizaron, cometieron o ayudaron a los ataques terroristas ocurridos el 11 de septiembre de 2001, o albergaron a tales organizaciones o personas, a fin de prevenir cualquier acto futuro de terrorismo internacional contra Estados Unidos por parte de tales naciones, organizaciones o personas.”

Como el exfiscal de Nuremberg, Benjamin Ferencz, declaró en NPR una semana después del 11 de septiembre: “Nunca será una respuesta legítima castigar a las personas que no son responsables del mal hecho... Debemos hacer una distinción entre castigar a los culpables y castigar a los demás. Si te limitas a tomar represalias, pongamos por caso, bombardeando masivamente Afganistán o a los talibanes, matarás a muchas personas que no creen ni aprueban lo que ha sucedido”.

Y sin embargo, aquí estamos, 17 años después, enredados en guerras en las que bombardeamos cada vez más a “naciones, organizaciones (y) personas” que no tienen absolutamente nada que ver con los crímenes perpetrados el 11 de septiembre. No tenemos un solo éxito real o duradero que podamos señalar en 17 años de guerra en siete países y operaciones de “contrainsurgencia” en una docena más. Todos los países que Estados Unidos ha atacado o invadido quedan atrapados en la violencia y el caos.

Miren este cuadro y dediquen unos momentos a reflexionar sobre la destrucción masiva que representa:

Cifras de bombas y misiles arrojados por EE.UU. y sus aliados sobre otros países a partir de 2001

 

 

Iraq (y Siria*)

 

Afganistán

Otros países (Líbano, Libia, Pakistán, Palestina, Somalia y Yemen)

2001

214

17.500

 

2002

252

6.500

1+ (Yemen)

2003

29.200

 

 

2004

285

86

1+ (Pakistán)

2005

404

176

3 (Pakistán)

2006

310

2.644

7.002 (Líbano y Pakistán)

2007

1.708

5.198

9 (Pakistán y Somalia)

2008

915

5.215

40 (Pakistán y Somalia)

2009

119

4.163

5.557 (Pakistán, Palestina y Yemen)

2010

18

5.100

130 (Pakistán y Yemen)

2011

2

5.411

7.789 (Libia, Pakistán, Somalia y Yemen)

2012

 

4.083

93 (Pakistán, Somalia y Yemen)

2013

 

2.758

51 (Pakistán, Somalia y Yemen)

2014

6.292 (*)

2.365

5.048 (Pakistán, Palestina, Somalia y Yemen)

2015

28.696 (*)

947

10.978 (Pakistán, Somalia y Yemen)

2016

30.743 (*)

1.337

13.625 (Libia, Pakistán, Somalia y Yemen)

2017

39.577 (*)

4.361

15.179 (Libia, Pakistán, Somalia y Yemen)

2018

5.075 (*)

5.982

8.738 (Pakistán, Somalia y Yemen)

TOTAL

143.810

73.826

74.244


Suma global: 291.880

Estas cifras representan un mínimo absoluto de ataques confirmados, basadas en los Resúmenes de la Fuerza Aérea de EE.UU. para Afganistán, Iraq y Siria; el recuento del Bureau of Investigative Journalism de ataques con aviones no tripulados confirmados en Pakistán, Somalia y Yemen; el recuento del Yemen Data Project de los ataques aéreos dirigidos por Arabia Saudí sobre el Yemen y otras estadísticas publicadas. Las cifras de 2018 son hasta el mes octubre en los casos de Iraq, Siria y Afganistán; hasta noviembre para el Yemen e incompletas para otros países.

Hay varias categorías de ataques aéreos que no se incluyen en esta tabla, por lo que el total real es ciertamente mucho mayor. Esas categorías son:

Ataques con helicópteros: Military Times publicó un artículo en febrero de 2017 titulado: “The U.S. military’s stats on deadly airstrikes are wrong. Thousands have gone unreported ” [“ Las estadísticas del ejército estadounidense sobre ataques aéreos letales son inexactas. Hay miles de ellos que no han quedado registrados”]. El mayor grupo de ataques aéreos no incluidos en los Resúmenes de Fuerza Aérea de EE. UU. son los bombardeos con helicópteros de combate. El ejército estadounidense informó a los autores que sus helicópteros habían realizado 456 ataques aéreos no declarados en Afganistán en 2016. Los autores explicaron que la falta de información sobre los ataques con helicópteros es un elemento común a lo largo de las guerras posteriores al 11-S, y que no se conoce aún el número real de misiles utilizados en esos 456 ataques en Afganistán en 2016.

Aviones de combate AC-130: El ataque aéreo que destruyó el Hospital de Médicos Sin Fronteras en Kunduz, Afganistán, en 2015, no se llevó a cabo con bombas o misiles, sino con un avión de combate Lockheed-Boeing AC-130. Estas máquinas de destrucción masiva, por lo general manejadas por las Fuerzas de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea estadounidense, están diseñadas para volar en círculos sobre un objetivo en tierra, lanzando frecuentes disparos de obuses y cañones hasta que aquel resulta destruido por completo. Estados Unidos ha utilizado los AC-130 en Afganistán, Iraq, Libia, Somalia y Siria.

Vuelos de ametrallamiento: los Resúmenes de la Fuerza Aérea de EE. UU. para 2004-2007 incluyen una nota que indica que su cómputo de “ataques con municiones lanzadas... no incluye los cañones o cohetes de 20 mm y 30 mm”. Pero los cañones de 30 mm en los Warthogs A-10 y otros aviones de ataque terrestre son armas muy poderosas, diseñadas originalmente para destruir tanques soviéticos. Disparan hasta 65 proyectiles por segundo y pueden cubrir un área grande con fuego letal e indiscriminado, pero no figuran como “lanzamiento de armamento” en los Resúmenes de la Fuerza Aérea estadounidense.

Yemen: La periodista Iona Craig, que lleva informando desde el Yemen hace ya muchos años y dirige el Yemen Data Project (YPD), nos dijo que no sabe qué proporción de ataques aéreos reales representan sus datos, y que en los datos del YDP solo hay un mínimo confirmado del número de bombas o misiles lanzados en cada “ataque aéreo”. Cualquiera que sea la fracción que representan sus datos en los ataques aéreos totales, el número real de bombas lanzadas en Yemen es ciertamente superior a esas cifras. Pero YDP no conoce cuál es la proporción.

EE.UU. y sus aliados dirigen operaciones de “contrainsurgencia” en África Occidental y otras regiones.

El público estadounidense perdió pronto el interés por enviar a nuestros propios hijos e hijas a luchar y morir en todas estas guerras. Así pues, al igual que Nixon con Vietnam, nuestros líderes volvieron a bombardear y bombardear, mientras pequeños despliegues de las Fuerzas de Operaciones Especiales estadounidenses y un mayor número de representantes-mercenarios extranjeros llevaban a cabo la mayor parte de la lucha real sobre el terreno.

Nuestros enemigos nos llaman cobardes, especialmente cuando utilizamos drones para matar por control remoto, pero más importante aún es que nos estamos comportando como tontos arrogantes. Nuestro país actúa como un agresor, como un elefante en una cacharrería en un momento crítico de la historia en el que ni nosotros, ni el resto del mundo, podemos permitirnos un comportamiento tan peligroso y desestabilizador por parte de un poder imperial hipermilitarizado y agresivo.

Después de que los bombardeos, artillería y cohetes dirigidos por EE. UU. destruyeran dos ciudades importantes en 2017, Mosul en Iraq y Raqqa en Siria, nuestro ejército y sus aliados realizaron menos ataques aéreos en 2018, pero aumentaron el número de ataques en Afganistán.

Nos encaminamos hacia 2019 con nuevas iniciativas para reducir la participación militar de Estados Unidos en el extranjero. En Yemen, esa iniciativa es el resultado de una presión masiva de las bases en el Congreso, que está haciéndose en oposición al continuo apoyo de Trump a la agresión saudí en Yemen. En el caso de Siria y Afganistán, proviene del propio Trump, con amplio apoyo popular pero con la oposición bipartidista del Congreso y las élites de Washington DC.

Quienes forman parte del consenso bipartidista respecto a la guerra deben reflexionar sobre la creciente conciencia pública de la inutilidad asesina de las guerras de ultramar estadounidenses. Una encuesta realizada por el Comité para una Política Exterior Responsable reveló “una población nacional de votantes que se muestra en gran medida escéptica acerca del sentido práctico o los beneficios de la intervención militar en el extranjero”. Donald Trump parece darse cuenta de este desdén público ante la guerra interminable, pero no debemos permitir que se salga con la suya reduciendo la presencia de tropas estadounidenses y continuando, y en algunos casos aumentando, las devastadoras guerras aéreas.

Una buena decisión de Año Nuevo para EE. UU. consistiría en poner fin a las guerras en las que nos hemos involucrado durante los últimos 17 años y asegurarnos de que no vamos a permitir que la misma locura militar que nos metió en este caos nos embarque en nuevas guerras en Corea del Norte, Irán, Venezuela u otros países. Sí, traigamos a las tropas a casa, pero detengamos también los bombardeos. La defensa sostenida de todo ello frente a la administración Trump y el nuevo Congreso por parte de estadounidenses amantes de la paz será fundamental si estamos dispuestos a cumplir esa decisión.

Medea Benjamin es cofundadora de CODEPINK para la Paz y autora de varios libros, entre ellos, Kingdom of the Injust: Behind the US-Saudi Connection.

Nicolas J. S. Davies es un escritor de Consortium News e investigador de CODEPINK, y autor de Blood On Our Hands: the American Invasion and Destruction of Iraq.

Fuente:

https://www.counterpunch.org/2018/12/25/bring-the-troops-home-but-also-stop-the-bombing/


 

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