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Donald Trump estudia privatizar la guerra en Afganistán

AMADOR GUALLAR
El Mundo
16 de julio de 2017


Un contratista (mercenario) sujetando un melón junto a dos soldados de Estados Unidos mira hacia un grupo de afganos durante una patrulla a pie en Paktika, al este de Afganistán. AMADOR GUALLAR / HANS LUCAS

La Administración del presidente norteamericano, Donald Trump, está estudiando privatizar la guerra en Afganistán para evitar mandar un nuevo contingente de soldados de Estados Unidos al conflicto más largo de su historia. La estrategia, que según 'The New York Times', está siendo supervisada por los consejeros del presidente, Jared Kushner -marido de la hija mayor del líder estadounidense, Ivanka Trump- y Steve Bannon, uno de los principales estrategas del magnate en la Casa Blanca, tiene como objetivo involucrar en el conflicto a empresas militares mercenarias para combatir a los yihadistas afganos.

Los asesores han nombrado a dos conocidos mercenarios y empresarios para crear el plan en cuestión, cuya finalidad es propiciar que corporaciones militares privadas se encarguen de la contribución de Estados Unidos en Afganistán, que en estos momentos ronda los 9.000 hombres entre tropas regulares y de las fuerzas especiales, el entrenamiento de las fuerzas de seguridad afganas y la comandancia de las operaciones bélicas.

El primero es Erik Prince, fundador de la empresa Blackwater, la cual en su día fue expulsada de Afganistán por el ex presidente afgano, Hamid Karzai, pero que aún y así la utilizó para su seguridad personal, y que se hizo tristemente famosa por haber luchado junto al ejército norteamericano durante el conflicto en Irak, donde fueron acusados, en numerosas ocasiones, de asesinar a civiles desarmados y cometer crímenes de guerra. El segundo es el propietario de DynCorp International, Stephen Feinberg, una de las empresas de seguridad privada más importantes del mundo.

De esta manera, Prince y Feinberg han creado un plan "más barato y mejor que el del ejército", según fuentes próximas a los dos empresarios citadas por 'The New York Times', en el que los "contratistas", un eufemismo para hablar de mercenarios, llegarían a Afganistán para combatir a los talibán y al Estado Islámico. Un plan que, según el rotativo estadounidense, "ya ha sido presentado a los mandos del Pentágono".

De hecho, fue el propio Feinberg quien el pasado sábado presentó el plan al Secretario de Defensa estadounidense, Jim Mattis. Pero éste sólo "lo escuchó por educación y respeto", dejando muy claro que no permitirá injerencias del sector militar privado en el conflicto para el que está preparando un nuevo plan de acción junto al Consejero de Seguridad nacional, H.R. McMaster. Una estrategia que todavía no se ha hecho pública, pero que se espera contenga un aumento de las tropas de combate de Washington "para sacar al conflicto del punto muerto en el que se encuentra y derrotar a los terroristas", según Mattis.

Privatizar la guerra no lleva a la paz

Ésta no es la primera vez que Estados Unidos considera utilizar la fuerza del sector militar privado. Y, en el caso de que el presidente Trump diera su visto bueno, tampoco sería la primera vez que Washington utiliza a mercenarios en zonas de combate. Pero, teniendo en cuenta los resultados negativos que esta estrategia supuso en Laos durante la guerra de Vietnam, o en Irak, donde tanto Blackwater como DynCorp florecieron con contratos por valor de miles de millones de dólares, es poco probable que el magnate neoyorkino dé el visto bueno para privatizar el conflicto en Afganistán.

La lista de crímenes perpetrados por compañías como Blackwater en Irak es larga y, casi nunca, tiene consecuencias legales. Organizaciones pro derechos humanos han denunciado sus asaltos sin el apoyo del Gobierno iraquí, abusos contra la población local, robo o asesinatos de civiles como el perpetrado en septiembre de 2007 en Bagdad, en el que murieron 17 civiles a manos de mercenarios de Balckwater -que sigue existiendo como empresa aunque ahora se llama Academi y está dirigida por el general norteamericano retirado, Craig Nixon-.

Entre los dos hombres de negocios que han preparado el plan, sin duda el más controvertido es Erik D. Prince quien, el pasado mayo, ya expresó su intención para continuar privatizando -en beneficio propio- la guerra allá donde se pueda, en una editorial que escribió en 'The Wall Street Journal' en la que aseguraba que la única manera de acabar con el conflicto en Afganistán es "nombrar a un virrey que supervise el país y utilice a unidades militares privadas", otro eufemismo para decir mercenarios, "para luchar en los huecos que han dejado los soldados norteamericanos" tras la retirada en 2014.

Una estrategia que, aparentemente, deja de lado a la Administración del presidente afgano, Ashraf Ghani, así como pretende recortar el poder que ésta sustenta desde la retirada internacional. De esta manera, las fuerzas de seguridad afganas volverían a estar bajo control de Washington para continuar con su entrenamiento. Un hecho que, sin duda, en Afganistán no sólo se encontraría con la total negativa del Parlamento, sino que, además, daría alas al argumento talibán que asegura que "Kabul está en manos de titiriteros extranjeros", según ha declarado su portavoz, Zabiullah Mujahid, en numerosas ocasiones.

Desde que dejó Blackwater, Prince -cuya hermana, Betsy DeVos, es la Secretario de Educación de la Administración Trump- ha incrementado su ya inmensa fortuna personal estimada en miles de millones de dólares llevando a cabo contratos para el Departamento de Defensa de Estados Unidos en Oriente Medio y África, a los que hay que sumar los que ha realizado privadamente con países de esas regiones. Por ejemplo, en 2010 fue el encargado de crear, equipar y entrenar a gran parte del ejército de Emiratos Árabes Unidos.


 

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