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El dieciseisavo aniversario del implausible “suicidio triple” en Guantánamo

10.6.22
Andy Worthington

Traducido por El Mundo no Puede Esperar 24 de junio de 2022


Yasser al-Zahrani y Ali al-Salami, dos de los tres que murieron en Guantánamo en la noche del 9 de junio del 2006, en lo que fue descrito por las autoridades como un “suicidio triple”, una explicación que ha sido robustamente desafiada en varias ocasiones en los años posteriores. No existe foto del tercer hombre, Mani al-Utaybi.

Hace 16 años, tres hombres murieron en Guantánamo y hoy te pido que te unas en lo que se ha convertido el día del año en el que recordamos a estos tres hombres: Yasser al-Zahrani, Mani al-Utaybi y Ali al-Salami, quienes, según las autoridades estadounidenses, se suicidaron, más o menos de manera simultánea, la noche del 9 de junio del 2006 aunque aparentemente en ese momento — y todavía ahora — era casi imposible suicidarse en un lugar en el que los prisioneros eran vigilados casi de manera permanente e incluso aunque de alguna manera fuer posible que los hombres en cuestión hubieran juntado suficientes sábanas para amarrar sus manos detrás de la espalda, meterse trapos en las gargantas y colgarse.

Yo me involucro en este acto de recordarlos porque estos hombres han sido olvidados, tragados por el agujero negro de la secrecía de Guantánamo o, todavía peor, por las narrativas oficiales que buscan desechar, no obstante, irrisoriamente, graves preocupaciones de cómo, a través de los años, los prisioneros han sido tratados en Guantánamo, aunque, en el caso de estos tres hombres, eso llevara a sus muertes.

Los tres hombres eran prisioneros insignificantes en términos de su supuesta participación con al-Qaeda. A lo mucho habían sido soldados rasos ayudando a los talibanes a pelear contra la Alianza del Norte (Northern Alliance), en una guerra civil musulmana que llevaba mucho tiempo y que cambió de repente después del 11/9 y la invasión en Afganistán encabezada por Estados Unidos, cuando fueron rodeados, enviados a Guantánamo como “terroristas” y brutalizados por años sin cargos ni juicios.

Al-Zahrani, un saudí que tenía sólo 17 años cuando se entregó, en el norte de Afganistán, junto con cientos de otros combatientes, fue, talvez, uno de los 70 hombres que sobrevivieron la masacre del fuerte de Qala-i-Janghi después de rebelarse, temiendo haber sido traicionados y que serían ejecutados. Al-Utaybi, en sus veintes, dice que era un misionero y fue arrestado en Paquistán junto con otros cuatro hombres que usaban burkas para evitar ser capturados, mientras que al-Salami, también en sus veintes, fue capturado en una redada a una casa la noche en la que Abu Zubaydah, para quien fue desarrollado el programa de tortura de la CIA, también fue capturado.

Dos de los tres, al-Zahrani y al-Utaybi, eran tan insignificantes que de hecho habían sido aprobados para ser liberados al momento de su muerte, pero los tres habían destacado en Guantánamo por otros motivos, principalmente como huelguistas de hambre que se habían resistido a la injusticia de su largo confinamiento sin cargos ni juicio, no sólo rechazando comida sino a través de desobediencia repetitiva y quienes, por lo tanto, se convirtieron en una piedra en el zapato para las autoridades — tal vez al punto en el que otra parte de la colección opaca de distintas agencias operando en Guantánamo quería deshacerse de ellos en maneras más permanentes.

Un reporte oficial sobre la muerte de los hombres concluyó, en 2008, que se habían suicidado, pero en un lugar envuelto en confidencialidad, en el cual la brutalidad era abundante, ¿por qué alguien asumiría que la versión oficial era precisa? Más aún, en los años que siguieron, investigadores de la escuela de derecho de Seton Hall Seton Hall School of Law examinaron la documentación disponible y descubrieron que estaba llena de agujeros y contradicciones y, después, en el 2010, un ex sargento de staff, Joseph Hickman y algunos de sus colegas, que habían estado en las torres de la prisión la noche de las muertes, dieron testimonios explosivos sugiriendo que movimientos vehiculares en la noche indicaron que los hombres habían sido llevados a un lugar remoto, fuera de la zona, en donde algo espantoso sucedió y luego los llevaron de vuelta para que se anunciaran sus supuestos “suicidios”.

Tal vez esto suena fantasioso, pero aunque la historia, reportada en Harper’s Magazine por Scott Horton, llamó la atención alrededor del mundo, posteriormente fue revisitada en un libro llamado Murder at Camp Delta, la investigación jamás fue revivida incluso después de otras muertes sospechosas en Guantánamo, que involucraron a los persistentes huelguistas de hambre y rebeldes contra la injusticia Abdul Rahman al-Amri, quien murió en mayo del 2007, Muhammad Salih, muerto en mayo del 2009 y Adnan Farhan Abdul Latif, en septiembre del 2012 (y por favor lean el libro de Jeffrey Kaye Jeffrey Kaye’s book acerca de las muertes de al-Amri y Salih y documentos adicionales aquí).

El año pasado, cuando fue publicado el libro del ex prisionero Mansoor Adayfi Don’t Forget Us Here: Lost and Found at Guantánamo, los hilos de desobediencia que hilaban a estos hombres juntos fueron expuestos por las descripciones vívidas y brutales de Mansoor acerca de su propia desobediencia y de un grupo de prisioneros — en especial los yemeníes jóvenes — que llamó “Redeyes”, persistentes resistentes de injusticia, a través de huelgas de hambre y desobediencia, que eran repetidamente tratados con violencia y que pasaron mucho de su tiempo en celdas aisladas.

Existen alrededor de una docena de ‘ojos rojos’ o ‘Redeyes’, como explicó Mansoor, que incluían no sólo a Yasser al-Zahrani, Mani al-Utaybi y Ali al-Salami, sino también a Muhammad Salih y Adnan Farhan Abdul Latif.

Estuve profundamente impactado cuando leí el libro de Mansoor y me di cuenta de cuántos de los supuestos suicidios en Guantánamo involucraban a sus amigos y compañeros ‘Red-Eyes.’

¿Podría ser una coincidencia? Tal vez, puedes pensar, estos hombres que lucharon tan fuerte contra la injusticia de su encarcelamiento sin cargos ni juicio fueron exactamente el tipo de hombres que, eventualmente, se romperían y se suicidarían. Tal vez, pero toda la evidencia anecdótica sugiere lo opuesto. Los “ojos rojos” estaban comprometidos con la lucha y, en cualquier caso, nadie presente ha sugerido que haya habido señal alguna de desesperación en los tres hombres.

En su libro, Mansoor, por ejemplo, mencionó que, justo antes de la muerte de esos hombres, que “fue la primera vez en mucho tiempo que habían puesto a tantos ‘Redeyes’ juntos en una celda” (incluyendo a Yasser, Mani y Ali), Yasser, quien “tenía una voz preciosa, una de las más bonitas en el camp”, “cantaba un poco”, que no es lo que se espera de alguien que está a punto de quitarse la vida.

No fue el único prisionero en contradecir la narrativa oficial. En el 2013, Ahmed Errachidi, un chef marroquí que fue liberado en el 2007, escribió en su libro The General, publicado en el 2013, “Esos tres habían estado entre los mejores. Siempre estaban listos para ayudar a sus compañeros y eran valientes. Eran hombres con la moral más alta: al enfrentar cada protesta, no se entregaban a la desesperación. De hecho, seguían sonriendo a pesar de las circunstancias más difíciles”.

Como expliqué en un artículo en el 2010, en respuesta inmediata a las muertes, en junio del 2006, nueve ex prisioneros británicos “recordaron el espíritu infatigable de estos hombres y levantaron dudas sobre la historia del ejército estadounidense”. Como declararon, los prisioneros en Guantánamo conocían a Mani al-Utaybi como alguien que recitaba el Corán y poesía con una voz bellísima. Tenía carácter de moral alta y era querido y respetado entre los demás, al igual que Yasser. Ambos venían de familias con dinero y tenían todo por lo cual vivir. Seguido se involucraban en protestas y huelgas de hambre, lo que significaba que tenían estatus de “nivel cuatro”. Esto significa que los únicos artículos que eran permitidos en la celda eran una colchoneta y cobija (sólo de noche). No tenían papel higiénico, mucho menos sábanas con las que pudieran hacer una cuerda o incluso una pluma con la que pudieran escribir una nota suicida”.

Además, como explicó Mansoor en su libro, parece que, en la noche de las muertes, los otros prisioneros fuero drogados, la deducción es que fue para ocultar la escenificación de los suicidios. “Recuerdo haber pensado qué inusual era que el bloque estuviera tan callado y cómo todos los hermanos estaban tirados y quedándose dormidos”, escribió Mansoor, añadiendo que inusualmente tenía el sueño profundo sin la molestia de gente entrando y saliendo, hasta que fue despertado por una guardia gritando, seguido por las noticias de que los tres hombres estaban muertos.

¿Alguna vez sabremos la verdad acerca de lo que sucedió en Guantánamo la noche del 9 de junio del 2006? Tal vez no, pero espero que un día — tal vez sólo cuando la prisión haya cerrado — habrá una investigación apropiada que concuerde con el reporte del Comité de Inteligencia del Senado sobre el programa de tortura de la CIA, elaborado minuciosamente por Daniel Jones y sus colegas. Mientras tanto sólo puedo pedir que los ex prisioneros se inspiren en el libro de Mansoor y cuenten sus historias acerca de lo que sucedió en Guantánamo a lo largo de brutales años de encarcelamiento para prevenir que este agujero negro de secretos se trague o borre la verdad.


 

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